En la primera parte, la opereta Black, el payaso, con música de Sorozábal, nos muestra a un personaje empujado por el amor hacia el engaño y la mentira para lograr un final feliz. Hermosa conclusión que contrasta con el drama del marido celoso que, en la segunda parte, se convierte en el eje argumental de la pieza creada por Leoncavallo. Y, sin embargo, la idea que une ambas obras no es tanto la condición de cómico del protagonista sino la propuesta del teatro dentro del teatro.
Entre la realidad y la ficción
En los dos casos, la supuesta realidad que viven los personajes se abre paso hasta la ficción que están representando para mezclarse sobre las tablas y confundir a los espectadores. En ambas obras además, el público que hoy puebla el patio de butacas asiste a un juego de espejos en el que realidad y ficción, sinceridad e impostura, originalidad y representación se entremezclan hasta resultar si no indistinguibles, al menos sí intercambiables.
Black, el payaso, de Pablo Sorozábal, considerada la última gran opereta que se estrenó en España, es una obra redonda y ambiciosa en lo musical que suma, con la sabiduría propia del gran músico donostiarra, el espíritu de la opereta a la zarzuela y a la ópera con una excelente orquestación. Esta obra, que muestra la gran calidad técnica del compositor lírico, cuenta con texto de Serrano Anguita, adaptación de una novela francesa titulada La princesse aux clowns (1923) de Jean-José Frappa.
Estrenada en un momento histórico tan convulso como 1942, en una España recién salida de la Guerra Civil y que miraba con expectación el desarrollo de la guerra en Europa, Black, el payaso es capaz de combinar el lirismo amoroso y la ligereza clásica del género -incluyendo el reino perdido y la enamoradiza princesa en el exilio- con un pesimismo soterrado que incorpora a la trama las revoluciones populares, los sufrimientos de las guerras y el populismo.
Otro de los grandes logros del texto es la caracterización de los dos payasos, Black y White, el primero de los cuales se convertirá, irónicamente, en el gobernante de un país después de una guerra.
I pagliacci, verismo en estado puro
En la segunda parte del programa encontramos a una compañía trashumante dedicada a la comedia del arte: son I pagliacci, de Leoncavallo. Se trata de una ópera con libreto del propio autor estrenada en Milán cincuenta años antes que la opereta de Sorozábal y considerada como la quintaesencia del verismo, ese naturalismo llevado a la escena lírica que, en la famosa obra del compositor napolitano, se muestra feroz y descarnado hasta el drama.
Aunque el estreno milanés de I pagliacci en 1892 fue recibido con críticas dispares, la obra se convirtió pronto en un éxito de público y su fama permitió el estreno del título en los escenarios líricos de toda Europa y América. Un brillante destino impensable pocos años atrás, cuando Ruggero Leoncavallo presentó su obra a la editora Sonzogno, que había organizado un concurso para óperas breves.
El drama de los cómicos, que constaba de dos actos, fue eliminado de la competición por esa causa, resultando ganadora la ópera Cavalleria rusticana de Mascagni, que se estrenó en 1890 junto con otros dos títulos que pronto fueron olvidados. Leoncavallo habría de esperar e insistir dos años más hasta ver en escena a sus payasos.
El destino quiso que, por sus dimensiones y su carácter, los títulos de Mascagni y Leoncavallo acabaran emparejados en prácticamente todas las programaciones tradicionales. La presente propuesta del Teatro de la Zarzuela, que une el drama verista con la opereta de Sorozábal, es por lo tanto mucho más que un importante salto en el tiempo: es la invitación a una lectura que, más allá del estilo y de la técnica, impone la reflexión sobre lo real y lo teatral, lo vivido y lo dramatizado.