La Fundación Antonio Gades, que preside su hija María Esteve, y cuya directora general es Eugenia Eiriz, su viuda, se dispone también a afrontar, guiada por el significado profundo del momento, un desafío de extraordinario alcance cuya última función coincidirá precisamente con la fecha exacta del aniversario, el próximo 20 de julio.
La Fundación está dedicando 2014 a poner de relieve el legado del coreógrafo alicantino: la compañía que él creó y que en esta temporada de crisis acomete una intensa gira mundial; su obra coreográfica inigualable; su estilo sobre el escenario y su profundo respeto por la cultura popular y dancística española, que se transmite a las jóvenes generaciones en programas y espectáculos pedagógicos que este mismo año regresan a la programación del Teatro Real; además de esa joya que son los extensos archivos que recogen la documentación que su arte fue generando a lo largo de su vida.
Fuego se estrenó en 1989 en Francia, en enero pasado hizo un cuarto de siglo. Se puso de largo en el Teatro de Châtelet de París. El público quedó entonces hasta tal punto fascinado que se propuso no dejar de aplaudir hasta que la compañía se viera obligada a repetir alguno de los números del montaje. Y la gira se movió desde Francia a otros países de Europa; a Italia, a Alemania, a Suiza…, y llegó a Asia (Japón la recibió con el mismo entusiasmo) y hasta pudo verse en Brasil con idéntico resultado.
Gades sigue vivo
Pero las circunstancias –sobre todo la condición existencial que por entonces vivía el artista, y que se plasma como una pintura goyesca en la obra– hicieron que nunca llegara a España, ni volviera siquiera a interpretarse después de ese periplo, lo que la hace enormemente atractiva. Es como si Gades nos siguiera hablando 10 años después de habernos dejado y 25 desde que pronunció este discurso. Con palabras nunca antes dichas, pero sin abandonar su manera sublime de entender el baile y la escena.
Y después de Fuego, llegaría Fuenteovejuna, ya leyenda. Ya otra vuelta de tuerca que no permitió retomar aquella obra de la que el público de España quedó finalmente huérfano. El rumbo artístico y creativo era ya otro. El vital del creador también. Y Fuego quedó como una obra-puente de natural evolución entre Carmen y aquella Fuenteovejuna.
Mismos protagonistas
Es ahora, en este momento de notable significado, cuando se repara la deuda. Fuego llega finalmente a su casa. A su público. Y lo hace con protagonistas de entonces. Stella Arauzo, la primera bailarina en las funciones del Châtelet, es hoy la directora artística de la Compañía. Dominique You, iluminador en aquellos lejanos días y en estos, hoy además cumple como director técnico de la misma.
Y asimismo, en Fuego está la sabia idiosincrasia creativa de Carlos Saura, y de Gerardo Vera, quien se encargó del decorado y el vestuario. Y a ellos se suma el talento de los bailarines y músicos de ahora (alguno probó también aquellas mieles), y el de Miquel Ortega como director musical, y el de la Orquesta de la Comunidad de Madrid.
Pero en Fuego, sobre todas las cosas, vivo como nunca, está la esencia Antonio Gades. El artista. El hombre.