Las 140 obras incluidas en Bideak evidencian la relevancia que ha tenido el concepto de camino en el trabajo de Chillida, tanto formal y estéticamente como conceptualmente, y que curiosamente ha sido un tema raramente tratado en los diferentes análisis de su obra. Por ello, esta exposición pretende mostrar las diversas rutas y trazados que ha ido siguiendo el escultor a lo largo de su extensa trayectoria artística, líneas que a veces persiguen una misma dirección, otras veces se desvían para regresar a un mismo punto de partida, luego tornan de nuevo y derivan probando una nueva orientación. A veces, los caminos topan en un lugar de encuentro, un espacio para el acontecer, para después volver y separarse una vez más.
Pero cada una de esas líneas es, parafraseando al propio Eduardo Chillida, “siempre nunca diferente pero nunca siempre igual”. Todos esos caminos han ido dejando huellas, unas huellas imborrables e inconfundibles. Esas huellas se materializan, por un lado, en sus esculturas públicas diseminadas por diferentes plazas y lugares del mundo, pero por otro son también artífices de una escritura artística y unos códigos estéticos presentes en el imaginario colectivo y permeables a través de generaciones.
La Sala kubo-kutxa acoge al Chillida más terráqueo, una persona cuyo paso ha dejado huellas de una hondura extraordinaria que traspasa los límites de su trabajo artístico, unas huellas marcadas por una personalidad firme que se ha ido construyendo paso a paso con cada obra, un hombre marcado por la extrañeza y la perplejidad hacia lo que le rodea y por esa constante voluntad de interrogar al espacio y aprehender el vacío. Pero, sobre todo, la muestra reivindica la faceta más cercana y humana del artista que conjuga en sí mismo el diálogo entre lo local y lo global, un artista de su tierra, con unas fuertes raíces, pero cuyo trabajo, desde sus inicios, tuvo una gran proyección internacional.
Junto a sus paisanos
Desde 1992, San Sebastián no disfrutaba de una exposición tan completa centrada en la obra de Chillida. Éste, preocupado por su entorno, defensor de los derechos humanos y fuertemente concienciado con la protección de la naturaleza, deja ver su cara más íntima en estos Caminos.
Precisamente la función de esta muestra es acercar a Chillida al ciudadano de a pie, bajarlo de ese Olimpo artístico para que transite por la tierra junto a sus paisanos. De este modo, las 140 obras que reúne la exposición, grandes y pequeñas, tanto esculturas como estudios en papel, no pretenden dar forma a una selección antológica o cronológica.
Tras el cierre del Museo Chillida-Leku en 2011, el artista vasco regresa a su ciudad 22 años después en una exposición dividida en tres apartados: La impronta de Chillida: monumentos públicos y grafismo, centrada en la relación con lo público de la obra del artista, mostrando trabajos que pueden verse en calles de todo el mundo; Aztarnak (Huellas) reúne una selección de obras realizadas entre 1954, fecha de creación de Ilarik II, la pieza más antigua de la exposición, hasta el año 2000, cuando Chillida esculpe el el homenaje en alabastro a su mujer, Pili; y Peine del Viento, su obra más emblemática, realizada en 1990 a petición de su esposa, a la que se acompaña de algunos bocetos de la misma, testimonio del desarrollo de un trabajo que ya es un símbolo de la costa donostiarra.