Producida por La Abadía, La punta del iceberg habla sobre las relaciones de los trabajadores en un entorno laboral hostil y competitivo, un problema presente en la sociedad actual que Tabares aborda con maestría, como el mismo autor explica, «no es una historia de números sino de personas».
El autor pone voz a los trabajadores de las empresas. Aquellas personas dispuestas a dar de sí mucho más de lo que les corresponde para demostrar que son imprescindibles en su trabajo. Individuos desesperados, llenos de ansiedad y estrés.
«La obra explora esta frontera tan frágil entre lo laboral y lo personal. Todos hemos pasado por situaciones similares y más en estos años de crisis que provoca ERE, despidos, reajustes…, y que hacen sufrir a la gente», dice Sergi Belbel, director de la obra, quien no es la primera vez que profundiza en este tema, ejemplos de ello son El método Grönholm y Después de la lluvia.
Suicidio
Este texto, premiado con el Tirso de Molina 2011 y el Premio Réplica 2012, pone en el punto de mira en una empresa multinacional que se ve sacudida por el suicidio de tres de sus empleados en apenas cinco meses. Desde la sede central, la compañía envía a Sofía, una directiva para llevar a cabo una investigación que trate de aclarar lo sucedido.
Como Nieve de Medina explica, «con esta investigación mi personaje comienza a tocar temas personales, se encuentra con una empresa donde el jefe es un tipo duro, frío y calculador al que tiene que bajarle un poco los humos, pero también se encuentra con otros personajes, que son empleados de la fábrica, que tienen muchos problemas personales y que despiertan en Sofía cosas que no espera».
Ella es la encargada de esclarecer si estas muertes tienen relación directa con el funcionamiento interno de la empresa o no. En sus encuentros con los trabajadores se percibe un ambiente cargado de presión, sin la menor consideración por los intereses personales de cada uno. Se concede prioridad absoluta a los resultados y todos tienen miedo a perder su empleo.
Se trata de una historia actual con la que el espectador puede sentirse directamente identificado. «Lo bonito de la obra es que plantea muchas preguntas pero no da ninguna respuesta. Muestra la realidad sin juzgarla», afirma Pau Durà, quien da vida a Alejandro García, uno de los trabajadores de la empresa, y el personaje más unido personalmente a Sofía.