Una zarzuela que no se había visto sobre estas tablas desde hacía muchos años a pesar de que algunos de sus números —el coro Vuelta al trabajo, el bolero Niña que a vender flores vais a Granada o el final del segundo acto Mil parabienes al orador— están en la memoria de todos los amantes del género. La reposición supone, por tanto, una oportunidad de disfrutar de la partitura completa y de la historia de aventuras de una reina-forajida en el Portugal dieciochesco.
En ella, la reina María de Portugal (Catalina) está a punto de cumplir la mayoría de edad; hasta que llega ese momento, se ocupa de la regencia el conde de Campomayor. La reina conoce las penurias de su pueblo mientras en el joyero real hay abundantes joyas, por lo que decide convertirlas en dinero, sustituyendo para ello las joyas auténticas por otras falsas sin que nadie lo sepa.
Un cuento
A mediados del siglo XIX en España era frecuente la traducción o adaptación de textos del teatro lírico francés, algo favorecido, sin duda, por el paralelismo existente entre la opéra-comique y la zarzuela, al compartir la alternancia de partes cantadas y habladas. Los diamantes de la corona es un ejemplo de la historia de nuestra zarzuela grande y uno de los éxitos que ayudaron a su consolidación. Este título, a pesar de tener una fuente francesa, Les diamands de la couronne, se puede considerar totalmente original, que respira con autonomía propia en cuanto a desarrollo de la historia y composición musical.
En palabras de su director de escena, José Carlos Plaza, «se trata de un cuento donde aparecen princesas, bandoleros, soldados, monjes, cuevas, palacios… El espectador debe venir al teatro con un espíritu parecido al de los niños, con la intención de jugar y divertirse sin parar. La música es excelente, los vestidos, propios de verdaderas princesas, y los decorados palaciegos recuperan la tradición de telones pintados decimonónicos. Y el texto, en verso, no añade dificultades, así que todo parece fácil y ligero. Un espectáculo con el que se recupera también algo de nuestra propia infancia».