En las obras de Linnenbrink destaca, por encima de todo, el uso del color: puro, luminoso y palpitante. Los colores parecen comunicarse e intentan provocar algo en el espectador.
Pero el color no es el único protagonista del trabajo artístico de Linnenbrink, en el que destaca también su rico impacto emocional y psicológico.
En sus obras de gran formato, los pigmentos disueltos en resina epoxi corren lentamente hacia abajo, provocando brillantes rayas verticales; por el contrario hay otras piezas en las que pequeños cráteres perforados revelan, casi de forma arqueológica, las distintas capas de pintura; pero si el visitante se encuentra delante de sus site-spefifics, su percepción de alterará, ya que el artista cubre paredes, suelo y techo, sometiendo toda la arquitectura con sus rayas de colores iridiscentes.
También hay una cualidad performativa en sus obras, que se pone de manifiesto no sólo cuando Linnenbrink vierte la resina pigmentada en el soporte o perfora agujeros en las capas de pintura endurecida; sino que es especialmente significativa en sus instalaciones murales, espacios de color que hacen pasar al espectador de las dos a las tres dimensiones. Además, el artista explora la imagen del tiempo, usando los métodos de las artes plásticas como una forma de recrear el comportamiento de esta resbaladiza dimensión.