La muestra se centra, por primera vez, en las esculturas en vídeo de Landau, un medio en el que los cuerpos vivos interactúan entre sí. Estas esculturas condensan un tiempo en el que las acciones parecen no tener ni principio ni fin. No son narrativas sino que describen la ausencia de progreso y mejora, describen la necesidad del otro, ya sea en el juego, en la supervivencia o en el conflicto.
La artista israelí cultiva en su obra el movimiento de lo vivo y la inercia e invariabilidad de lo muerto. Los cuerpos, su potencia y sus vulnerabilidades no son solo representados a través de su presencia epidérmica, en sus esculturas se puede ver su interior, los órganos, músculos y esqueletos expuestos impúdica y descaradamente. Chupar, vomitar, acariciar y arañar son solo grados de una misma intención de gestionar el tránsito de objetos, fluidos y emociones del interior hacia el exterior del cuerpo, y viceversa.
Identidad israelí
En las obras videográficas de Landau, los cuerpos representados son seres vivos que interactúan entre sí o con el paisaje. Las transformaciones del oponente en cómplice, de un entorno hostil en lugar de disfrute, del juego inocente de un niño en metáfora del holocausto transportan al espectador a un presente en el que se deben reescribir las dependencias y emancipaciones, pertenencias y expulsiones con las que negociar la identidad propia.
Landau es capaz de abordar temas tabú en el presente de la identidad israelí, tan dependiente de su historia, tan anclada en el hervor de una lucha constante con su entorno físico. Además propone una construcción de la identidad propia a través de las continuas negociaciones, que desde el propio cuerpo vinculan al ser humano con el mundo, al ejercicio de la razón para innovar, desde la irracionalidad de la tradición.
Artista de los extremos
El paso del siglo XX al siglo XXI ha dejado marcas profundas en la configuración del mundo y, en consecuencia, en cómo podemos representarlo. En este contexto de cambio de era, a mediados de la década de 1990, se inicia la obra de Sigalit Landau, autora de un trabajo escultórico en el que aborda la gestión de símbolos, imágenes y narraciones propias de su condición histórica, personal y cultural.
En el conjunto de esta obra se irán entrelazando dos estrategias de representación: el realismo y el simbolismo. Si bien la perspectiva realista le llevará a recrear diversas habitaciones de un kibutz en su instalación para el Kunst Werke de Berlín el año 2007, el impulso simbolista le empujará a transformar, en Barbed Hula (2000), el supuestamente inocente juego del “hula-hop” en una acción masoquista en la que la artista se autoinflige heridas evidentes en su cintura. Inocencia y brutalidad, juego y dominación, naturaleza amenazante y artificio protector, las obras de Landau nos sitúan en una posición incómoda, de repulsión y de atracción a la vez. Landau es la artista de los extremos.