La tiranía impuesta por las vanguardias ha hecho creer que solo aquellos compositores que rechazaban la tradición -del dodecafonismo al serialismo- podían situarse en la modernidad: cuanto más radical era la ruptura, más legitimidad histórica concitaban. Como resultado, los creadores que optaron por actualizar el pasado como fórmula para ser modernos quedaron denostados, tildados de conservadores. Este ciclo pone el énfasis en estos compositores ‘antimodernos’ (en la formulación de Antoine Campagnon) que, sin embargo, también llegaron a la modernidad por otra vía, ni reaccionarios ni tradicionalistas. Sibelius, Britten, Rachmaninov y las etapas neoclásicas de Stravinsky y Krenek conforman el centro de atención de estos conciertos.
Señala Juan Lucas en la introducción y notas al programa de mano del ciclo que “en ningún otro arte el cisma entre modernos y antimodernos ha sido más profundo, ni más grande la grieta abierta entre creadores y audiencias. Durante décadas, la vanguardia musical tildó de reaccionarios a todos aquellos compositores que seguían trabajando según los modelos clásicos. La quiebra de la tonalidad operada por Schönberg y la Segunda Escuela de Viena pasó a convertirse, después de la Segunda Guerra Mundial, en condición sine qua non para obtener la credencial de moderno, expedida por un selecto grupo de iluminados que operaban desde los centros neurálgicos de Francia y Alemania. De esa manera, compositores como Britten, Prokofiev, Sibelius, Shostakovich o el mismísimo Stravinsky –adalid en su tiempo de la “otra” modernidad– fueron expulsados a las tinieblas exteriores y excluidos de cualquier debate crítico. Su música, sin embargo, resistió obstinada a los embates –en gran parte gracias a la evidente inclinación de las audiencias a su favor– y fue por fin recuperada por el posmodernismo de finales del XX, aunque integrada sin más en ese tótum revolútum que ha sido el arte de las dos últimas décadas”.
Miércoles 7: Neoclasicismo
- Florian Boesch, barítono, y Roger Vignoles, piano, interpretan Reisebuch aus den österreichischen Alpen Op. 62, de Ernst Kreneck (1900-1991).
«Ernst Krenek fue un longevo y prolífico autor vienés cuya biografía cubre casi por entero el siglo XX, Krenek saltó a la fama en 1927 con el estreno en Leipzig de su ópera Jonny spielt auf, inspirada en el emergente mundo del jazz y protagonizada por un violinista negro. La obra situó a su autor en el centro del debate estético de la época. Muy ligado en su juventud a la élite musical vienesa de su tiempo –fue amigo de Alma Mahler y contrajo matrimonio en 1924 con su hija Anna, de quien se divorciaría apenas nueve meses después– Krenek fue uno de los enfants terribles de la música centroeuropea de entreguerras, dividida entonces entre los partidarios de la ruptura tonal de Schönberg y sus discípulos, los herederos de la tradición romántica del XIX –con Strauss y Pfitzner como principales valedores–, y el neoclasicismo urbano de Hindemith. Krenek atravesó en rápido zigzag todas esas corrientes estéticas y muchas otras; lo suyo fue una incesante mutación de estilos que lo llevó en sus últimas décadas por los terrenos de la música serial, aleatoria y electroacústica, a las que hizo coexistir con los modelos tradicionales. Es autor de un vasto catálogo en el que sobresalen sus veintidós óperas, cinco sinfonías, ocho cuartetos de cuerda y siete sonatas para piano».
Miércoles 14: La vía rusa
- Boris Berman, piano, con obras de Igor Stravinsky (1882-1971); Arvo Pärt (1935); Alfred Schnittke (1934-1998), Alexander Scriabin (1872-1915); y Serguei Prokofiev (1891-1953).
«La historia de la música en Rusia ha seguido su propio desarrollo, nunca del todo integrada y nunca del todo desprendida del mainstream musical que emanaba de los centros musicales europeos: París, Berlín y Viena, principalmente. Desde su despertar como potencia periférica a principios del XIX con la obra del considerado como padre fundador de la música rusa, Mijaíl Glinka (1804-1857), la vida musical del gigante eslavo estuvo marcada por dos tendencias tan opuestas como complementarias: la que miraba hacia el interior, reivindicando la identidad eslava como fuente de inspiración, que tuvo en Rimsky-Korsakov y el llamado Grupo de los Cinco sus principales adalides, y la internacionalista, que fue permeada por las tendencias principales europeas de la época romántica, con Piotr Illich Tchaikovsky como máximo valedor. A finales de siglo la música en Rusia cayó bajo el influjo de las mismas tensiones entre modernos y antimodernos que sacudieron todo el mundo artístico e intelectual europeo. No obstante, los propios acontecimientos políticos del país, con los incipientes estallidos prerrevolucionarios, la Guerra de 1914, la Revolución y la victoria final del bolchevismo como principales jalones, propiciaron un auge de los movimientos modernistas, en especial el Futurismo y el Simbolismo, ambos de marcado carácter visionario, que encajaban como un guante en la psique rusa, naturalmente afecta a la utopía y al misticismo».
Miércoles 21: Neorrománticos
- Leticia Moreno, violín; Julian Steckel, violonchelo; y Lauma Skride, piano, con obras de Sergei Rachmaninov (1873-1943) y Enrique Granados (1867-1916).
«Pese a su carácter ciertamente anacrónico, el Neorromanticismo no fue en ningún sentido epigonal, y en plena era realista e industrial se impuso en música como el gran arte, ejemplificado en especial por el piano como el instrumento más noble. A fines del siglo XIX, la mayor parte de los compositores calificados como neorrománticos fueron grandes pianistas profesionales que siguieron los ejemplos de Chopin y Liszt y prolongaron hasta bien entrado el siglo XX una tradición que el cine retomó y perpetuó hasta nuestros días. El ejemplo más conspicuo puede hallarse en la obra de Sergei Rachmaninov, artífice del trasplante del salón romántico a la moderna sala de conciertos y uno de los autores más vilipendiados por las vanguardias. En España, la obra prematuramente truncada de Enrique Granados personifica a menor escala esa pervivencia de los modelos decimonónicos en una sociedad musical cada vez más impregnada de modernismo».
Miércoles 28: Periferias
- Cuarteto Sacconi (Ben Hancox, violín; Hannah Dawson, violín; Simone van der Giessen, viola; y Cara Berridge, violonchelo), con obras de Igor Stravinsky (1882-1971), Benjamin Britten (1913-1976), Frank Bridge (1879-1941), y Jean Sibelius (1865-1957).
«El presente ciclo se cierra con quien puede considerarse como el príncipe de los antimodernos, el finlandés Jean Sibelius, gran Satán de Adorno, Leibowitz y en general de todas las vanguardias de posguerra, y en la actualidad uno de los músicos más reivindicados por la Segunda Modernidad. Hoy en día sus grandes composiciones siguen suscitando la cuestión de los límites del modernismo estético y de la modernidad musical en general. Incluso sus obras más audaces son prototipos de lo que más tarde se llamaría posmodernismo o, como dijera Milan Kundera, “modernismo antimoderno”.
Son obras esencialmente progresivas cuya arquitectura musical está, no obstante, sostenida por una estructura clásica; disuelven las formas tradicionales aferrándose tanto más a ellas, en un gesto que hoy nos parece profundamente antimoderno».