Comienza la reflexión con Francisco Durrio (1868-1940), albacea testamentario de Gauguin y del cual tomó también sus ideas que transmitió a un joven Picasso llegado de París. Cedió a Picasso su taller, oficio cerámico y de fundidor de bronce; con él, Picasso hizo sus primeras esculturas. Con la pieza Gran medallón con figura o El sueño de Eva (1905) se establece el vínculo con el s. XIX. Sus ideas de ver el arte en general realizaron el cambio de paradigma en la escultura española.
La presencia de Picasso (1881-1973) es muy sencilla y exquisita con los grabados Suite Volard. Bloch 159 (1968). Abrió la escultura a nuevos horizontes por su referencia al arte primitivo y por la construcción con todo tipo de objetos.
En la estela de Picasso están Julio González (1876-1942), el dibujo, la soldadura; Pablo Gargallo (1881-1934), el vacío, la musicalidad de lo no dicho; José de Creeft (1884-1982), y también el pintor tardío en su escultura Joan Miró (1893-1983).
De manera extraordinaria se reúnen dos piezas clave: el Picador de José de Creeft (donde con material de desecho se anticipa a Picasso), cedida para la exposición por la Fundació Joan Miró de Barcelona, y El Profeta de Gargallo, cedida por la sucesión Gargallo, donde se genera el volumen a partir del hueco, al contrario de lo que venía sucediendo.
La segunda mitad del s XX comienza con Joan Miró (1893-1983) y la Femme (1949) como un exvoto salido de su pintura, como una estela de pintura hacia la tridimensionalidad, al igual que realiza Antoni Clavé (1913-2005) con su Guerrier Attaché de 1965.
Hierro y madera
El “dibujo en el espacio” se proyecta en la escultura de varios artistas como Andreu Alfaro (1929 – 2012), con la sencillez dinámica de Filferro I Llauna III (1958) realizada con hilo de hierro. La torsión del material y del dinamismo de la línea aparecerá también en la escultura abstracta posterior como El Viento. El Alisio VII (2005), del gran escultor canario Martín Chirino (1925). Antoni Tàpies (1923-2012), considerado uno de los máximos exponentes a nivel mundial del informalismo, también exhibe una pieza, Peu, de 1991.
La importancia de Eduardo Chillida (1924- 2002) se presenta con Ilarik II (1954), una estela abstracta en madera; otra de sus líneas de trabajo está presente con una gravitación de 1991 y las tierras cocidas al horno, las lurras, con una pieza llamada Óxido G-329 de 1995.
La fuerza de la madera como material de la escultura no sólo está en Chillida, también aparece en las maderas de la espectacular Biblioteca (1996) de Manolo Valdés (1942), en la obra de Francisco Leiro (1957) con sus Lázaros resucitados (2013), en el Retablo (2000) de Koldobika Jáuregui (1959), o en la composición Salto III (2006) de Ramón Vinyes (1882-1952).
Sombras, metal y luz
El contraste de texturas y materiales, donde la sombra es una parte importante de la composición, hacen de la pieza de Cristina Iglesias (1956), suspendida del techo, un foco impactante de la exposición. Con Pablo Palazuelo (1916-2007), con su abstracción lineal en Toltec V (1987), Juan Muñoz (1953-2001), con su escultura narrativa Blotter figure with Shutter III (1999), o en la simple soledad de Figura de mujer. Eva (2010) de Antonio López, encontramos más ejemplos de artistas que tienen cabida en la exposición por su dilatada y consolidada trayectoria.
Construcciones escultóricas, una que se expande por la horizontal, como una ciudad, otra que se recompone sobre el muro, son las obras de Miquel Navarro (1945) Entre dos (1987), de zinc y plomo, y la pieza Cala n. 1 (2013) de Sergi Aguilar (1946).
Este múltiple recorrido se cierra con dos artistas con un lirismo muy concentrado en el metal y en la luz como materiales de componer su obra: los juegos espaciales de luces y sombras de Blanca Muñoz (1963), que podemos ver en la rotunda y delicada pieza Trébol (2009), y las reflexiones (en su doble sentido conceptual) sobre la piel del latón o del aluminio de David Rodríguez Caballero (1970).