En ellos destaca sobremanera El pájaro de fuego de Igor Stravinsky, una pieza de marcado significado histórico y, probablemente, una de las obras maestras del género.
El pájaro de fuego supuso la primera colaboración del por entonces joven y desconocido compositor con los míticos Ballets Rusos de Sergei Diaghilev, quien advirtió a su primera bailarina: «Fíjate bien en él, está a punto de hacerse célebre». Aunque después llegarían otros prodigios como Petrushka o La consagración de la primavera, aquí se advierte con nitidez la presencia de un genio que nos hace oír su propia voz, una y distinta.
De igual manera, el inequívoco estilo de su autor está presente en el Concierto para flauta y arpa, en do mayor de Wolfgang Amadeus Mozart, que nos procura una partitura de una ternura, gracia y delicadeza únicas. Las tres escenas del ballet La gitanilla nos devuelven al siglo XX de la mano de Antón García Abril, que, inscrito en la tradición nacionalista española, no desatiende las vanguardias.