Un concierto idóneo para quien se sienta a gusto con el gran repertorio sinfónico y esté dispuesto a romper barreras y descubrir nuevos horizontes, llámense Berg o Bruckner. Uno y otro siguen siendo poco conocidos por el gran público, pese a habernos regalado algunas de las más grandes obras de la historia de la música.
Si Bruckner firma en esta Sinfonía núm. 4, en mi bemol mayor el manifiesto de una tradición que se aproxima a su fin, Berg dejó escrito en esta obra el que bien puede ser considerado como «el concierto para violín» del pasado siglo. El músico austriaco, que poseyó un lenguaje personal en el que se distinguen rasgos modernistas y postrománticos y aportó una emoción sincera y clara en la abstracción del dodecafonismo, nos brinda una partitura conmovedora desde su misma génesis: el lamento por la temprana muerte de Manon Gropius, la hija de Alma Mahler y el célebre arquitecto Walter Gropius.