Yan Pei-Ming se caracteriza por emplear una restringida paleta de colores –blanco, negro y rojo– y retratar a personalidades conocidas del mundo político, religioso, incluso económico, pero también a sujetos anónimos que por alguna razón son víctimas de los conflictos actuales. En su pintura, que realiza con trazos gruesos y violentos, destacan temas recurrentes, como la muerte, o hechos autobiográficos.
Para el pintor la muerte no es un tema trágico. Con esta premisa se lanza sin miedo a retratar rostros sin vida. A veces los protagonistas son personalidades conocidas y en otras ocasiones son seres anónimos (Chambre froide, 2003), e incluso ha pintado el retrato de su padre muerto (Père de l’artiste à la morgue, 2004).
El artista lleva a un nuevo orden las convicciones tradicionales sobre la pintura. Sus trazos sobre el lienzo parecen ser la excusa perfecta para repudiar todo aquello que se odia, que se quiere quitar, eliminar, sacando al exterior aquello de lo que se quiere huir. De manera magistral y con recursos mínimos, evoca un discurso complejo, lleno de aristas e interpretaciones.
Homenaje a Goya
Pese a sus orígenes, evita que le encasillen como un artista con las influencias de un país o cultura determinadas. Para conseguir su sueño de ser pintor tuvo que abandonar en 1980 su país de origen y con 20 años se instaló en Francia. A partir de ahí comenzó a investigar sobre las posibilidades de la pintura en el contexto actual y a reinventar el retrato como una forma de captar la esencia de las personas representadas.
Se aleja del color para no distraer la mirada del espectador y de esta forma lograr atraer sus sentidos. Así se puede observar en trabajos como Exécution, après Goya (2008), donde reinterpreta El tres de mayo de 1808 en Madrid (1814), pero incluyendo elementos como el uso del rojo, uno de los colores «violentos”, según lo define el propio artista.