Puntos, trazos, manchas, letras, grafitis, líneas, huellas, raspados… el dibujo siempre ha estado presente en la obra de Miró y ha dejado sus marcas en ella. Pintor, escultor, ceramista y grabador a la vez, aquel que afirmaba no saber dibujar utilizó a lo largo de toda su trayectoria artística un lenguaje gráfico en constante reinvención. Miró alimentó su genio gráfico con influencias diversas y creó un lenguaje único, reconocible entre los demás.
El Cabinet d’Art Graphique del Centre Pompidou conserva casi ochenta obras sobre papel realizadas por Miró entre 1960 y 1978. Muchas de ellas fueron donadas por el artista en 1979, coincidiendo con su octogésimo quinto cumpleaños y la exposición retrospectiva organizada en su honor por el Pompidou. La exposición de Málaga presenta 46 de estas obras sobre papel y muestra cómo la obra de Miró está marcada, de 1960 a 1978, por una especie de urgencia, por la necesidad incansable de reinventar el lenguaje, de transgredir los límites, de «hacer señales».
Dos grandes orientaciones
Dos grandes orientaciones atraviesan las obras de Miró durante estas décadas. Por un lado, un arraigo antropomórfico que se traduce por la presencia de personajes, mujeres, pájaros, perros, insectos, seres a medio camino entre el hombre y el animal, bichitos fantásticos. Por otro, la referencia al universo abstracto de los astros y de los cometas, al vacío cósmico, que encuentra su expresión en personajes flotantes y aéreos, en la representación del Sol e ínfimas constelaciones.
Esta dualidad entre lo terrestre y lo aéreo, lo carnal y lo espiritual -que opone la figura femenina de la «diosa-madre» a la del «pájaro-artista»- es inherente a la personalidad de Miró, sostiene todo su trabajo. Los personajes y los pájaros son sus motivos de predilección; como si el artista no pudiera escapar de esta tensión, de esta oscilación entre la materia original -que engendra, a partir de la que todo nace- y el sueño, la fantasía, la creación idealizada, pura.
El Centre Pompidou Málaga, inaugurado en marzo pasado, permanecerá cinco años en el Cubo del puerto de Málaga. En paralelo al recorrido permanente de noventa obras se presentarán entre dos y tres exposiciones temporales al año. Para la elaboración de estas muestras temporales, los conservadores del Musée National d’Art Moderne de París exploran la colección del Pompidou: fotografía, diseño, arquitectura y vídeo. Estas exposiciones se alternan con una programación de actos culturales multidisciplinares.
Reinventar el dibujo
Joan Miró decía siempre que no sabía dibujar; sin duda alguna, esa supuesta discapacidad lo obligó a reinventar el dibujo por completo. Como si hubiera querido sacudirse de encima todos los conocimientos y técnicas para reencontrarse con los primeros gestos de la infancia y los balbuceos de su lenguaje desarticulado. En él, el trazo siempre es inestable: negado después de afirmado; unas veces incisivo, otras torpe adrede; ahora positivo, luego negativo.
Como escribía Jacques Dupin en la monografía publicada en 1993 en París con ocasión del décimo aniversario de la desaparición del artista: «Cuando ya no puede pintar, Miró dibuja, no cesa de dibujar… Ha encontrado el medio, en ambos sentidos de la palabra, que le permite rebasar el declive de su fuerza física y colmar las brechas, las minúsculas e innumerables brechas por las que se insinúa la muerte…».