Como explica Iñaki Domingo, “a través de la fotografía, que mezcla con otras disciplinas como la performance, el vídeo y el collage, Lucía ha concebido una gran instalación donde asimila y juega con los límites, con lo complejo de lo sencillo y lo extraordinario de lo cotidiano”.
El proyecto comenzó, según explica la propia artista, porque «hacía ocho años que no sabía nada de mi padre. Un día tecleé en Facebook su nombre y sus dos apellidos, también míos. Un perfil personal, 78 amigos, 8 actualizaciones, 7 fotos. No le solicité amistad, realicé capturas y me descargué todas sus fotos a una carpeta sin nombre en mi ordenador. Meses después decidí nombrarla Gómez. De manera íntima y obsesiva fui acumulando ahí todo lo que pudiera ser suyo y que encontrase por internet».
Desde ese momento, la fotógrafa se propuso volver a la localidad donde vivía, Ajo, en Cantabria. «Volví seis veces entre 2013 y 2014. Camuflé mi identidad detrás de seis personajes distintos que me hicieron engañosamente invisible para invadir su rutina y de manera exhaustiva espiar su presente. Creé un juego obsesivo, planes, basados en acciones inocentes e investigaciones exageradas. Usé el registro metódico y la acumulación del mismo para la construcción de una relación nueva de la que él no fuera consciente”.
El resultado es Gómez, una colección absoluta de elementos. Un proceso y la exaltación del mismo. Gómez son invasiones, inocentes sabotajes, que llevaron a Lucía Gómez a pasear inestable por los límites de la privacidad de su padre y de su memoria.