La muestra propone un viaje emotivo a través de la historia de este icono del siglo XX. El visitante no solo aprenderá cómo era la vida a bordo del más lujoso trasatlántico de su tiempo, sino que también se sentirá un viajero más de su travesía inaugural: podrá recorrer un pasillo de primera clase, observar los camarotes de tercera o tocar un auténtico iceberg.
Entre los objetos expuestos se encuentran la joya original que inspiró al cineasta James Cameron para escribir el guión de la oscarizada Titanic; las únicas cartas que se conservan escritas a bordo por el primer oficial William Murdoch; el anillo de la pasajera Gerda Lindell, o relojes parados a la hora exacta del hundimiento. La exposición, que ha sido ya visitada por cerca de dos millones de personas en todo el mundo, cuenta con una audioguía con testimonios originales de pasajeros que acompaña al visitante por sus más de 1.500 metros cuadrados.
Historias personales
La madrugada del 14 de abril de 1912, el sueco Malkolm Joakim Johnson descansaba en su camarote, como el resto de pasajeros a bordo del Titanic. Una gran sacudida lo despertó. El buque había colisionado con un iceberg. En tan solo unas horas, aquella obra de ingeniería sin precedentes estaría hundida a más de 4 kilómetros de la superficie y él muerto por congelación.
Su historia podría ser la de cualquiera otra de las 1.495 víctimas de una de las tragedias marítimas más terribles de todos los tiempos, pero Malkolm no era un pasajero cualquiera. Aunque vestía como un emigrante cualquiera y se acomodaba en tercera clase, escondía un gran secreto en sus tobillos: el dinero suficiente para comprar la gran casa familiar que su padrastro administraba en Suecia.
Semanas antes del naufragio, este empresario sueco emigrado a Estados Unidos había decidido emprender un viaje para cambiar su vida. Su intención era pagar al contado para recuperar la casa que había pertenecido a sus ancestros. Tuvo que regresar a Estados Unidos en el primer barco que zarpaba desde Europa ante la negativa de su padrastro, dueño del inmueble. Eso sí, la noche antes de hacer las maletas de nuevo contó a su hermano lo que había intentado hacer y le mostró el sistema con el que había escondido, durante su largo viaje, los fajos de billetes a salvo de las miradas indiscretas.
Así pues, cuando su cuerpo fue recuperado del mar y entregado a su familia con un listado detallado de los objetos que portaba, un dato llamó la atención de su hermano: el cadáver había aparecido completamente vestido y calzado pero no llevaba calcetines. A pesar de los trámites que realizó la familia, la fortuna de Malkolm nunca se recuperó. Sin embargo, sí consiguieron que se les entregaran varios objetos de gran relevancia histórica y personal, como una de las tres únicas sitting cards que se conservan en la actualidad (necesarias para sentarse a comer en el Titanic).