La obra, un reto técnico y personal del pintor, enaltece el ideal humano de no ser discriminado a causa de la diferencia y busca la unión en el lenguaje común del arte. El proyecto parte de un viaje de Baltasar a Nueva York en 1992 y del cuadro El Rascacielos pintado aquel año. A partir de esa primera obra, el artista madrileño asumió la tarea de pintar una torre a una escala monumental, un reto ambicioso, y más aún para alguien que sufre una enfermedad degenerativa y tiene paralizada la mitad del cuerpo.
Un reto técnico, necesitaba de un espacio para pintar y un andamio hidráulico para elevarse hasta la altura necesaria, y también un reto personal, para demostrarse a sí mismo y a los demás aquello de lo que uno es capaz con empeño y fuerza de voluntad. Mi objetivo era “hacer una obra útil a la humanidad, que emocionara e hiciera pensar, que destruyera el mito de la Torre de Babel para unir en el lenguaje común del arte”, explica el autor.
La obra se pintó sobre 36 piezas y sobre ella se pueden leer los versos y las frases enviadas de todo el mundo a través de Internet, impresas al óleo con antiguas tipografías desechadas de un viejo taller de artes gráficas, que expresan el sentir de nuestro tiempo.
“El resultado es una obra ascensional emocionante. Llena de textos y pintura, que invoca, como obra colectiva, la reconciliación y la igualdad de todos los seres humanos. Lejos de perderse en la confusión de las lenguas, los mensajes y las plegarias aparecen aquí como una invocación hacia lo alto. De algún modo, aquella visión original del rascacielos resultó ser una especie de llamada. Desde lo alto, alguien nos llama a elevarnos hacia lo alto… al elevado ideal de una humanidad reconciliada”, explica el crítico Manuel Cereceda.