El mismo Fernández Álava explica así el origen de sus obras: «Cada retrato que comienzo es el primer retrato de la historia. Es una suerte poder pintar a la gente que me apetece pintar. Quedar con ellos, hacerles fotos y luego pintarlos. No sé por qué algunos cuadros salen mejor que otros. Pero tampoco importa, porque las ganas de empezar un retrato nuevo no se agotan. Desearía pintar fácilmente, como cuando observo a la gente que pasa por la calle. Pero también es reconfortante ver cómo la pintura se empeña en ser otra cosa distinta a lo que ve el ojo, esquivando lo que sentí en aquel momento como verdad, para transformarse en otra verdad diferente. Es lo mejor de pintar sin tener ideas. Marlene Dumas acierta, hablando de los retratos de Alice Neel, cuando dice que desprenden energía. Es la energía que llevaba a sus cuadros a partir de la química que establecía con sus modelos. Ya se sabe, la energía ni se crea ni se destruye. La pintura tampoco».