«Me he centrado en la última, en la que modificó en 1955, después del uso de la bomba atómica. Los cambios más sustanciales entre las tres obras están en las últimas escenas, en la retractación y cuál es el punto de vista del autor al respecto», explica el director, que se ha valido de la traducción de Miguel Sáenz. En su primera versión, Brecht presenta a su protagonista como un perspicaz estratega que logra escribir y difundir los Discorsi, aunque para ello deba abjurar públicamente de sus investigaciones.
Sin embargo, años más tarde, el autor corrige la última escena y es el propio Galileo quien declara abiertamente la gran infamia que ha supuesto su retractación: una imperdonable traición a la Humanidad. Entre una y otra versión la bomba atómica ha destruido dos ciudades japonesas, por lo que Brecht entiende que la pureza de la investigación científica, su desaprensiva especialización de funestas consecuencias, parte precisamente de ese pecado original de las ciencias modernas.
Transformar el mundo
El tema que presenta la obra es el de la responsabilidad social de la Ciencia. Galileo, en principio, no concibe sus experimentos desvinculados de la idea de progreso social; sin embargo, el veto de las autoridades eclesiásticas le aboca a canalizar su creatividad a través de cauces más selectos y restringidos. «De lo que está hablando Brecht es de cómo siempre existen pioneros que terminan cuestionado principios inamovibles, en este caso científicos, y cómo hay una reacción natural de resistencia, de ponerse a la defensiva, para evitar la incertidumbre de reinventarse o reinventar la explicación del mundo», afirma Caballero.
También Brecht pensó el arte como una herramienta para transformar el mundo; formuló innovadores planteamientos que desencadenaron cambios decisivos en nuestro modo de entender el hecho teatral. Tampoco pudo evitar el exilio ni la prohibición de sus obras. Y tal como el científico paduano pasó sus últimos días retirado en una casa de campo florentina bajo la complaciente tutela de la Inquisición.
En el texto escrito casi todas las escenas comienzan con un pequeño verso. Son canciones que forman parte de la música de la obra y del recurso dramático de Brecht. «Anuncian lo que va a pasar. En el original, Hanns Eisler las compuso para coros infantiles y en nuestra versión las ejecuta el actor y cantante Alberto Frías», explica el director, que ha optado por un escenario redondo: «Me parecía que guardaba coherencia con las tesis brechtianas; la fuerza metafórica del círculo. Quería además asemejar el escenario a un espacio para la investigación, que el espectador estuviera asistiendo a un proceso de investigación científica».
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