Ahora que se cumple un siglo de su recuperación gracias a la publicación de un artículo del historiador Hermann Voss en la revista alemana Archiv für Kunstgeschichte, el Prado reúne 31 de las cuarenta obras conservadas de este artista lorenés.
Antes de su “descubrimiento” en 1915, sus obras conocidas eran atribuidas a pintores nórdicos (sobre todo sus célebres nocturnos) y a pintores españoles, principalmente Zurbarán, Ribera o Velázquez. El San Jerónimo leyendo una carta del Prado, por ejemplo, porta en el reverso la inscripción Zurbaran, a quien sin duda fue atribuido y que constituye la probable causa de que recalara en una colección española.
La personalidad artística de Georges de La Tour ha sido descubierta recientemente. Poco se sabe de su primera formación en la ciudad católica de Vic-sur- Seille, en la Lorena francesa, que debió concluir hacia 1610, en torno a los 17 años. La documentación posterior lo muestra como un pintor acomodado en lo económico, desabrido en lo personal y reconocido en lo profesional, alcanzando en el culmen de su carrera el nombramiento de pintor de Luis XIII.
La Tour vivió en un momento crítico para la historia de la Lorena que finalizó con la pérdida de la independencia política del ducado. En estas adversas condiciones concibió una pintura dotada de lirismo sorprendente, sobre todo en sus escenas nocturnas, casi todas ellas religiosas. Son pinturas de colorido casi monocromo y formas monumentales, impregnadas de soledad y silencio.
A pesar de las dudas sobre la cronología de sus pinturas, no se cuestiona que las más realistas son las primeras en el tiempo, las cuales debieron pintarse en los últimos años de la segunda década del siglo XVII. Fue entonces cuando pobló sus pinturas de personajes sagrados de aspecto tosco, como los que integran el Apostolado de Albi, del que se pueden ver cuatro ejemplos en la exposición; mendigos harapientos, como los Comedores de guisantes de Berlín, o músicos callejeros miserables y pendencieros, presentes en la Riña de músicos (Los Ángeles). Mención aparte merecen un Viejo y una Vieja de San Francisco, de carácter más refinado, y el Pago del dinero, su primer nocturno conocido.
Originalidad y virtuosismo
A partir de la tercera década del siglo XVII, su técnica evoluciona, con pinceladas más planas y acuareladas y pinturas más luminosas, haciendo que su originalidad y virtuosismo alcancen su máxima expresión en las escenas diurnas. Además, los tipos físicos representados se dulcifican y las acciones que llevan a cabo se serenan y dignifican. Sorprende su obsesiva repetición de tipos, como San Jerónimo penitente (Grenoble y Estocolmo) o los Tramposos (Forth Worth y París), así como las numerosas versiones de tañedores de zanfonía o Magdalenas. En los dos primeros casos las composiciones son muy parecidas, mientras en que los otros dos, cada cuadro presenta una interpretación original, que retoma en momentos sucesivos de su vida.
Sin que haya sido posible explicarlo convincentemente, la producción final de La Tour está protagonizada por pinturas nocturnas de carácter religioso. Sus célebres “noches”, de aparente simplicidad, silenciosas y conmovedoras, dan vida a personajes que surgen con magia en espacios sumidos en el silencio, de colorido casi monocromo y formas geometrizadas. La total inexistencia de halos u otros atributos sacros, así como los tipos populares empleados, justifican la lectura laica que a veces se ha hecho de sus nocturnos en obras como La Adoración de los pastores del Louvre o El recién nacido de Rennes.
Al final de su vida aparece como residente en Luneville, respetado por la comunidad y con envidiable posición social y económica.
El Prado y La Tour
Tras la adquisición de Ciego tocando la zanfonía en 1991 con fondos del legado Villaescusa, la presencia de este artista fue inesperadamente reforzada en 2005 con el depósito de San Jerónimo leyendo una carta, una obra inédita descubierta en los fondos del Ministerio de Trabajo por José Milicua, miembro del Real Patronato del Museo del Prado fallecido en 2013 y a quien se dedica esta exposición.
La incorporación de ambas obras, magníficos ejemplos de su producción, a las colecciones del Prado ha convertido a esta institución en una ineludible referencia para el estudio de la obra del maestro francés.
El catálogo que acompaña a la exposición contiene cuatro ensayos que contextualizan la obra, la época y las influencias de La Tour: Georges de La Tour de Guillaume Kazerouni; Georges de La Tour, “a costa de muchos tanteos” de Dimitri Salmon, co-comisario de la muestra; “Celui qui croyait à Rome, celui qui n’y croyait pas” de Jean-Pierre Cuzin; y Georges de La Tour y los pintores de la escuela española de Andrés Úbeda, jefe de Conservación de Pintura Italiana y Francesa del Museo Nacional del Prado y co-comisario de la exposición.
Georges de La Tour
Vic-sur-Seille, Lorena, 1593-Lunéville, Lorena, 1652
Pintor francés. Famoso en su tiempo y luego completamente olvidado, no fue redescubierto hasta el siglo XX, en particular por Hermann Voss (1915). A partir de la exposición Pintores de la realidad (1934), La Tour recobró un lugar eminente en la pintura francesa, confirmado por la sonada adquisición, en 1960, de la Echadora de la buenaventura por el Metropolitan Museum of Art de Nueva York, y por las dos exposiciones monográficas consagradas al artista, en 1972 y en 1997, ambas en París.
En el seno de una familia antigua, relativamente acomodada, de artesanos y propietarios, La Tour nace en un burgo de Lorena. Nada o muy poco se conoce acerca de su juventud y de su formación. Nada se sabe tampoco sobre un posible viaje a Italia, viaje emprendido por otros muchos pintores contemporáneos para completar su formación. En cualquier caso, en 1616 La Tour es ya un pintor formado. Al año siguiente, contrae matrimonio con Diana Le Nerf, nacida en una familia acomodada, y se instala en Lunéville en 1618.
Es considerado burgués de la ciudad en 1620, y lleva la vida propia de un pequeño gentilhombre lorenés. La fama, de la que goza prontamente gracias a las compras del duque de Lorena en 1623-1624, se confirma durante la ocupación del ducado por los franceses. Hace un viaje a París en 1639 y obtiene el título de pintor ordinario del rey. Pinta cada año un cuadro para el gobernador de la Lorena, el mariscal de La Ferté. Otros coleccionistas célebres, como Richelieu, el superintendente de finanzas Claude de Bullion, el arquitecto Le Nôtre e incluso Luis XIII, poseen obras suyas.
El artista muere en 1652, sin duda víctima de una epidemia, unos días después de su mujer.
La Tour en números. Más de 40 pinturas más o menos unánimemente tenidas por autógrafas y 28 telas y grabados copias de originales perdidos. Esto es, más de 70 composiciones conocidas, de las que sólo cuatro están fechadas y solo 18 firmadas. En La Tour, el cuadro queda restringido a sus datos esenciales, la anécdota es excluida, así como la arquitectura o el paisaje, y hasta los accesorios se reducen a lo más estrictamente necesario: los santos suelen carecer de aureola y los ángeles no tienen alas. Solo dos de sus cuadros llevan fecha inteligible (Las lágrimas de san Pedro, 1645, Cleveland Museum of Art, y La negación de san Pedro, 1650, Musée des Beaux-Arts de Nantes), por lo cual la cronología de su obra sigue siendo muy discutida.
Realizó algunas escenas diurnas y otras nocturnas, que trató de diferente manera. Las primeras se distinguen por su luz fría y clara, por la acuidad de la escritura y la precisión despiadada del retratista registrando, con la punta del pincel, arrugas y harapos. En las escenas nocturnas, casi siempre iluminadas por una vela, los colores son escasos, a menudo limitados a un refinado diálogo de pardos y bermellón, y los volúmenes se reducen a unos cuantos planos simples. Esta economía de medios conducirá en la etapa final de su producción a la realización de pinturas ensimismadas, con una luz que podríamos calificar de metafísica que abstrae cada vez más de la realidad a sus modelos. Ningún gesto, ningún movimiento viene a turbar el recogimiento de los personajes replegados en sí mismos, absortos y reflexivos.