Casi cinco décadas han pasado desde que Sorozábal compusiera Juan José hasta que finalmente va a ser llevado a las tablas. Dos intentos hubo antes: en 1979 y 1989, ambos fallidos. «A la tercera va la vencida», bromea Daniel Bianco, director del Teatro de la Zarzuela.
Gómez Martínez destaca el verismo que desprende la música de Sorozábal, una partitura muy avanzada que destaca sobre los trabajos anteriores del donostiarra. En palabras del director musical, es la obra más vanguardista que compuso, un trabajo atonal, «pero con una atonalidad diferente, que suena bien».
Gómez Martínez, que conoció al propio Sorozábal en Berlín, no dudó en proponer al Teatro de la Zarzuela la producción del espectáculo. Otro enamorado de Juan José es su director de escena, José Carlos Plaza. «Mataré a quien dirija esta función si no soy yo», dijo al conocer el proyecto.
Según Plaza, la obra de Sorozábal se apoya en ritmos españoles como pasodobles, habaneras y chotis, pero «rotos». Al compás de la música late la escenografía, que se apoya en la realidad más rutinaria y marginal para trastocarla y construir un cuento expresionista y trágico. Un relato muy actual, cargado de miseria, paro, incultura y violencia contra la mujer. «Es un periódico abierto de nuestra realidad», destaca Plaza.
Miseria y esperanza
La historia transcurre en los barrios bajos de Madrid, el de tabernas y personajes marginales que ya afloraron tres décadas antes en Adiós a la bohemia, del propio Sorozábal. Ambas resultan claras transmisoras de un profundo pesimismo vital, lejos de cualquier romanticismo popular y próximas a un naturalismo sencillo.
El barítono Ángel Ódena, que da vida al Juan José protagonista, destaca lo dura, musical y dramáticamente, que es la obra, lo que corrobora el bajo Rubén Amoretti, que se pone en la piel de Andrés, quien ríe recordando el «esto no lo canto ni loco» que pronunció al conocer el proyecto. Dura, además, en su retrato de una España miserable, que eleva su crítica a la violencia contra la mujer mofándose de ella, como señala la soprano Carmen Solís, que interpreta a Rosa. Un aspecto en el que coincide la también soprano Milagros Martín, Isidra en la función, que incide en que en la obra de Sorozábal no hay buenos ni malos, sino víctimas de una sociedad devastadora, personajes del lumpen, supervivientes.
El artista Enrique Marty es el encargado de las pinturas que integran la escenografía, que en ocasiones simulan mnachas en la pared, dibujos de tiza, dando forma al ambiente sórdido que envuelve la obra.
Pero dentro de ese catálogo de antihéroes que componen esta dura crítica a una sociedad del siglo XIX tan lamentablemente reconocible en nuestros días, José Carlos Plaza atisba esperanza: el hecho de que Sorozábal convirtiera en poesía la miseria hace ver que existe una salida. Y el hecho de que finalmente se estrene esta obra tan largo tiempo dormida no puede ser más afortunado.