Marta Betriu y Jorge Basanta o Carles Moreu dan vida a un matrimonio que encerrado en la pequeña cocina de su casa ven pasar los días, cada uno igual al resto. Ya llevan 20 años de desencuentros, de incomunicación, de soledad en compañía. Hablan mucho pero aún no han conseguido decirse nada.
«Este texto lejos de proponer una situación y desarrollarla de un modo convencional, digamos naturalista, plantea un juego en el que cobra importancia lo que no se dice, y lo que se dice es tan irrelevante como lo que se diría cualquier otro día, pase lo que pase», explica Jorge Muñoz. Es como si los personajes vivieran la condena de la rutina, que les lleva a repetirse una y otra vez.
«La Fiesta supone un desafío para cualquier director de escena: construir una situación dramática única con la excusa de un texto que plantea preguntas, pero que no las responde». Una metáfora de lo pequeño que se hace el mundo a causa de los propios miedos y de lo cómodo que resulta seguir quejándose aunque eso mismo sólo provoque infelicidad.
Una metáfora de lo difícil que resulta comunicarse en una sociedad todavía muy marcada por las costumbres y por una determinada moral que divide y premia a los ganadores y anula y castiga a los perdedores. Una reflexión sobre la familia como cárcel, como excusa para no hacer nada, para no sentir. ¿Vale la pena amar y ser amado, o intentarlo cuesta demasiado esfuerzo?
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