«El escenario más conocido y más tópico de Sorolla es el de playa, mientras que los paisajes que se recogen en esta muestra se alejan del mar, representando lugares que ya habían sido pintados por otros paisajistas españoles, aunque él les da un matiz propio», explica la comisaria.
Sorolla realizó numerosos paisajes de enorme calidad e importancia, que lo sitúan en el contexto general de las inquietudes artísticas del realismo final y también de las corrientes intelectuales renovadoras de la Institución Libre de Enseñanza y los regeneracionistas españoles.
Sorolla estudió en la Escuela de Bellas Artes de Valencia con Gonzalo Salvá, que lo introdujo en el realismo francés, e Ignacio Pinazo Camarlench, que le dio a conocer a los “macchiaioli” italianos; y en sus viajes a París entró en contacto con las versiones realistas del “luminismo”, el impresionismo y el postimpresionismo, que él integró a su manera, dentro de la particular estética renovadora del paisaje español de su tiempo, que intentaba hallar un carácter diferencial en el nuevo arte, encajando la tradición realista nacional en la modernidad internacional.
Tras la fracasada Revolución del 68 y el desastre colonial, tanto los pensadores como los artistas contemporáneos a Sorolla buscaron una imagen nueva para el país, alejada de la representación historicista de las glorias pasadas, y la encontraron en el puro paisaje, tanto en las regiones de la periferia peninsular como en la Meseta Central y de Castilla; en ésta particularmente se descubrió una estética geológica del suelo y un espiritualismo en línea con el gusto decadentista europeo. Para ellos, Castilla, sobria, austera y trascendente, sería la imagen más auténtica de la nación.
Reinterpretar paisajes
Inmerso en aquella cultura, y en contacto con gran parte de sus protagonistas, Sorolla dio nuevas versiones a los diversos paisajes españoles, profundizando en su nuevo sentido y significación, desde los de la Alhambra deshabitada a aquellos de los campos desolados y viejas ciudades castellanas, que descubrió en compañía de Aureliano de Beruete, magnífico pintor de paisaje e ilustre institucionista.
La exposición se divide en cuatro ámbitos. El primero, Mitología regionalista y naturaleza. La Valencia de Sorolla, se centra en la etapa madrileña de Sorolla, que tras formarse en Valencia e Italia llegó a la capital sin dejar nunca de pasar temporadas en Valencia, donde la temática de sus obras de juventud representa el interés por lo popular que fue característico del fin de siglo.
Sorolla en verde y gris representa los viajes del artista al norte de España. En Muros de Pravia (Asturias) se unió a la colonia de paisajistas que había organizado el pintor asturiano Tomás García Sampedro siguiendo el modelo de la escuela francesa pintura al plein air de Barbizon. Y con su familia pasaría muchos veranos en San Sebastián, Zarauz y Biarritz, que dieron a su producción otras tonalidades.
En La invención de Castilla como emblema nacional se recogen los múltiples viajes del pintor por Castilla, donde se unió a la fascinación por su paisaje que sintieron los institucionistas y la Generación del 98.
Y, finalmente, La España blanca de Joaquín Sorolla, una versión moderna de la invención romántica, muestra el rápido viaje que realizó en 1902 por Andalucía. Alejándose del tópico todo lo posible, Sorolla busca la autenticidad de aquellas tierras. En Sevilla pinta sus jardines, pero también los paisajes insólitos de sus zonas secas donde solo prosperan las chumberas; en Jerez, los inmensos viñedos que le ofrecen un puro espectáculo de color. Granada le impacta profundamente: a sus barrios, a su Sierra Nevada y a la Alhambra dedicó hasta 47 paisajes.