La Europa posterior a la Segunda Guerra Mundial vio nacer una pintura radicalmente distinta a la del periodo de entreguerras. Al cubismo, los expresionismos o el surrealismo sucedió una forma de pintura que precisamente se cuestionó pictóricamente y de modo radical su “forma”. Esa “otra” pintura, como la denominó el crítico francés Michel Tapié, se sirvió de materiales muy distintos a los convencionales, como arenas, yesos, papeles, arpilleras, telas y toda clase de residuos. Los artistas se aplicaron a ellos combinándolos, fragmentándolos o construyendo sobre el lienzo superficies y masas de apariencia informe. Los gestos de la pintura, conocida también como “informalismo”, habían cambiado tanto como sus materiales, y sus temas habían pasado a ser ella misma y sus formas (o deformaciones).
Esa transformación de la pintura no respondía solo a experimentos formales: el deseo de otra forma de arte por parte de los pintores informalistas no era ajeno a la experiencia de la posguerra porque, de manera visible, la Guerra Mundial había dado al mundo casi entero, desde Europa a Japón, otro “vaciado”. Literalmente, la potencia destructora de la contienda había hecho pedazos la fisonomía material y espiritual de todas las formas civilizadas. Ni el arte podía obviar esa destrucción ni quiso tratarla con formas del pasado.
Es posible que hoy, setenta años después del final de la Segunda Guerra Mundial, esa forma de arte sea percibida como una corriente pictórica más que añadir a la historia del arte, fuera del contexto al que respondía y al que se sobrepuso con una fuerza gestual casi sin precedentes. Por eso, la exposición que ofrece la Fundación Juan March presenta el panorama pictórico junto a la fotografía del momento, con la pretensión de que el espectador haga inmersión en el contexto histórico para adentrarse en la ruptura a la que los artistas se enfrentaron tras la contienda.
Pintura y fotografía
La exposición establece una relación estrecha entre pintura y fotografía gracias a un tipo de fotografía que insinúa planteamientos paralelos a los de los pintores y a la estrecha relación existente entre la abstracción europea de posguerra y los artistas de la Subjektive Fotografie alemana, con fotógrafos como Herman Claasen, Helmut Lederer, Otto Steinert o el español Francisco Gómez, así como al fotolibro y a la fotografía que se mueve en el territorio ambiguo entre el documento fotográfico y la forma artística.
En pintura, la muestra compagina la presencia de artistas de reconocido prestigio internacional (Pierre Alechinsky, Karel Appel, Alberto Burri, Jean Fautrier, Jean Dubuffet, Georges Mathieu, Pierre Soulages o Wols, entre otros muchos) con la de artistas más desconocidos para el público de nuestro país (Natalia Dumitresco, André Marfaing o Georges Noël), entre los que además destacan un grupo de artistas checos (Jan Klobasa, Jan Kubíček o Jiří Valenta) que vienen a representar la vigencia de la respuesta informalista desde la parte de Europa que, acabado el conflicto, quedaría separada en otro bloque: el soviético.
La exposición incluye también la obra de Wolf Vostell y de los pintores del Nouveau Réalisme (Francois Dufrêne, Raymond Hains, Daniel Spoerri o Jacques Villeglé, entre otros), cuyos décollages de carteles publicitarios de cine, política y comercio anticipan el cambio de conciencia que advendría en Europa a partir de mediados de los años sesenta.
Lo nunca visto presenta cerca de 160 obras procedentes de diversas instituciones y colecciones públicas y privadas, nacionales e internacionales, como la Fondation Gandur pour l’Art de Ginebra, el Centre Pompidou, la Pinacoteca di Brera, el Museum Folkwang de Essen, el Münchner Stadtmuseum, la Colección Dietmar Siegert, la Fundación Foto Colectania de Barcelona, el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, el Museo Thyssen-Bornemisza o el Museu d’Art Contemporani de Barcelona, entre otras.