Dividida en nueve secciones, la exposición reúne 22 de sus extraordinarios aguafuertes, además de óleos, esculturas, cajas de luz o lentegrafías. Trabajos en los que Bellver ha ido utilizando diferentes lenguajes, ya que, como él mismo señala, «en cada ocasión he buscado un lenguaje más acorde con lo que quería decir», alejándose así de los que le tachan de no contar con un estilo definido. «Mi estilo es bastante técnico y abigarrado. No dejo grandes espacios, ni grandes vacíos, siempre lleno todo el espacio de la obra. Ese creo que es realmente el estilo. Lo demás son lenguajes. Es divertido usar lenguajes distintos. Ser una persona distinta cada vez que vas al estudio y no repetirte de una manera obsesiva para que la gente te reconozca. Que me reconozcan a través de mi obra me importa un pito».
En la muestra, Bellver plantea tanto la búsqueda de lo nuevo como la intensificación del sentimiento de estar vivo, aunque sea pasajeramente, inventándose para ello todas las existencias, con sus correspondientes máscaras. «Me planteo cada exposición como una novela, con un planteamiento, un nudo y un desenlace», asegura. A lo largo de su trayectoria, el artista ha rechazado la fábula de la creatividad y ha ironizado sobre el mito del artista creador, lo que le ha servido para conformar su propia leyenda, su propio personaje.
En sus propias palabras, «nunca me he considerado un artista, porque vengo de una familia de artistas», y defiende que el arte es algo sin trascendencia, una burla capaz de alejarnos de la seriedad de la vida. Su obra, realizada con una destreza técnica deslumbrante, muy en especial en sus grabados, se construye a partir de lo que han creado otros, reciclándolo, mezclándolo y enfrentándolo.
En estos trabajos, la realidad se comporta como una ficción y a la inversa, son un guiño a las idas y venidas de los grandes pensadores dadaístas que durante la Primera Guerra Mundial quisieron acabar con cualquier sistema lleno de coherencia y sentido. En esta exposición se encuentra un homenaje a los principios en que se basó el Cabaré Voltaire, donde la apología de la confusión es utilizada por Bellver como un síntoma de un proceso que hoy en día es difícil de interpretar y enjuiciar.