Chagall se hizo como artista en San Petersburgo y floreció en París, pero nunca perdió la conexión con Vitebsk, su ciudad natal, ni con la comunidad judía en la que creció. Allí volvió, al estallar la Primera Guerra Mundial, para casarse, y allí permaneció durante la Revolución. Esta exposición recupera una muestra de su trabajo durante los años parisinos y los posteriores de retorno en Bielorrusia, poniendo su obra en relación con la de otros artistas judíos como Robert Falk, Nathan Altman o Vera Pestel, junto con objetos de artesanía popular que ayudan a evocar aquel mundo que la barbarie alemana borró del mapa.
Evgenya Petrova, comisaria de la muestra, ha seleccionado las obras de los fondos del Museo Ruso de San Petersburgo, incluyendo préstamos de colecciones privadas rusas y europeas. Los visitantes tienen el privilegio de poder ver la reproducción de la habitación del artista en Vitebsk, con todos su objetos originales, tal como se conserva en el museo de San Petersburgo.
Innovaciones
En la década de 1910, una época en Rusia de florecimiento de las formas abstractas en el arte, Chagall, artista de religión judía entre cuyos preceptos figura la prohibición de representar situaciones concretas de la vida, defendió el estilo figurativo a la hora de plasmar el mundo. A finales del siglo XIX y principios del XX, irrumpió en la escena artística del país un buen número de judíos para quienes la representación del mundo real entraba en contradicción con sus tradiciones. Muchos de ellos, sin perder sus raíces, absorbían con avidez las diferentes innovaciones estilísticas de la época.
Como resultado, en el arte ruso de finales del siglo XIX y principios del XX se creó un amplio círculo de artistas que sintetizaron las características rusas, judías y europeas, el abstraccionismo y el figurativismo. Esto obedecía, entre otras cosas, a que en Rusia, a diferencia de Europa donde vivieron en guetos, desde el siglo XVIII se les permitió vivir en Kiev, en Odesa y en los denominados shtetl, villas, pueblos o ciudades provinciales, donde se integraron junto con rusos, bielorrusos, ucranianos, polacos y otras nacionalidades. Al vivir inmersos en la cultura rusa y observar su desarrollo, muchos jóvenes de origen judío se sintieron impulsados a participar en su vida artística.
Para Chagall, la vida nunca fue un monótono e idéntico discurrir de tiempo con una serie de acontecimientos recurrentes. Zambullendo la vida en la atmósfera de sus fantasías, Chagall transfiguraba lo visto y conocido hasta el punto de que transformaba lo representado en un cuento maravilloso. Incluso en los retratos de sus parientes más cercanos (hermanas, hermano y padre) añadía a sus semblantes individuales algo que los convertía en cuadros temáticos. A pesar de la intención original en cuanto al género de sus cuadros (retrato, paisaje, naturaleza muerta, escena costumbrista), en ellos se funden realidad y fantasía, desapego y experiencia emocional directa.
París
Cuando Chagall llegó en 1906 a San Petersburgo procedente de Vítebsk asistió a clases de León Bakst y Mstislav Dobuzhinski, excelentes dibujantes y finos interpretadores del alma y la psicología de sus retratados. Existe cierta proximidad en las obras tempranas de Chagall con las obras de los neoprimitivistas Mijaíl Lariónov y Natalia Goncharova, cautivados en aquel entonces por la obra de artistas autodidactas del medio rural y artesanal, así como por la creación de estampas populares, juguetes y letreros comerciales.
Pero, después de impregnarse del ambiente y del arte de San Petersburgo, Chagall se dirigió en 1910 a París, una ciudad que lo cautivó. Allí conoció y trabó amistad con poetas y artistas, incluido Guillaume Apollinaire, que le dedicó un poema, y asimiló el cubismo entonces en boga. A las afueras de la ciudad, en la misma época que residió allí Chagall, convivieron artistas procedentes de San Petersburgo, como David Shtérenberg, Iósif Shkólnik, Lázar Lisitski, y otros que hacía poco se habían marchado de Rusia: Aleksandr Arjípenko, Antoine Pevsner, Chaim Soutine, Naum Gabo, Sonia Delaunay, etc. Se frecuentaban y aprendían mucho unos de otros, sin renunciar por ello a sus temas y preferencias estilísticas.
Después de residir en la capital francesa casi cuatro años, el artista regresó a Rusia en 1914. Allí ya se dejaban sentir con fuerza las voces de exponentes de diversas modalidades de arte abstracto (Vasili Kandinski, Kazimir Malévich) y del constructivismo temprano (Vladímir Tatlin). Pero a Chagall apenas le influyeron estos hallazgos innovadores de los vanguardistas rusos, como tampoco lo hizo la moda europea por el futurismo y el expresionismo. Sin embargo, sus pinceles, pluma y lápiz dominaron tanto la dislocación cubista de los planos, como la tempestuosa expresividad de las pasiones y el tratamiento completamente abstracto de los temas.