Haciendo gala de una peripecia técnica que parte en numerosas ocasiones del medio fotográfico, las obras de Urzay muestran que el arte debe actuar en un mundo abierto, no excluyente. Un mundo de cambios y simbiosis continuas, donde la poética personal y la observación se retroalimentan para inducir nuevas formas de conocimiento y comunicación.
Sus obras son hibridaciones complejas. Mostradas estilísticamente en un formato de aspecto abstracto, construyen un territorio imaginario, inventado a partir de metáforas, en el que no hay voluntad de correspondencia con una verdad externa. El artista utiliza un lenguaje propio, gestado y madurado durante tres décadas, que no es concebido ni como medio, ni como expresión interior sino simplemente como una herramienta de adecuación al entorno en el momento en que le ha tocado vivir.
El proyecto de Urzay incluye cualquier manera eficaz de generar nuevas configuraciones del mundo a través de la experiencia con el arte. Pero no de una manera aislada, ni autorreferencial, sino conectada con el conocimiento humano. La geografía, la biología, la química, la programación informática y la iconografía aplicada, pueden ser algunas de sus fuentes de trabajo.