El visitante se encuentra frente a una explicación muy personal de lo pictórico, cuyo rasgo más esencial sería el de crear, investigando, nuevas genealogías de la vanguardia que compliquen y revisiten su pasado, y a la vez den apoyo a lo que está por venir, que únicamente podrá ser productivo desde la consideración de un futuro artístico sumido en la complejidad del presente y en la reconsideración de lo que vemos y escuchamos.
Los collages, la poesía visual y los sonidos de Palabras Menhires aspiran a introducirse en el bagaje personal del espectador, para que estos se interroguen a sí mismos y tratar de vislumbrar la verdad desde el engaño, desde el juego sutil del sonido, las palabras y las imágenes.
Para ello, Rossique reúne una serie de obras en las que se ve una continuación del proceso del trabajo pictórico y sonoro que ha mostrado en las exposiciones Palimpsestos (2012-2016) y Dimes y diretes, Rostros (2015), en las que se ha apoyado en la presencia del dibujo y sus límites compositivos, en el apropiacionismo de ciertas imágenes antiguas, el collage, la poesía visual y la experimentación sonora y gráfica como base.
Naturalezas imaginarias
La muestra se dividide en tres partes: dos dedicadas a las artes plásticas y una al arte sonoro. La primera, Palabras Menhires, 4 Novelas Ilustradas consta de 88 piezas, divididas en cuatro secciones (Del sonido consciente, De la Tenacidad casual, Retrato de lo indecible y De la extinción de los juguetes). Las obras que componen estas cuatro series reúnen elementos que Rossique toma prestados de naturalezas imaginarias distintas. Cada uno de esos elementos sería el fragmento de una totalidad enigmática que reúne los conceptos de coreografía, automatismo, intervención gestual y sentido del humor.
El artista trata de evitar conscientemente los límites que podrían mantener aún las diferentes disciplinas de las Bellas Artes. Los propios detalles de las obras actúan a menudo de distintas maneras, a veces contradictorias, sin que se puedan imponer jerarquías de ningún tipo. En esa reunión de mecanismos diversos, el artista busca la conjunción de la obra pintada con pequeños textos que actúan como narraciones y trazos sonoros que actúan como amalgama.
Este lenguaje de dibujos y de citas es como un poemario, como una coreografía enigmática, como una pieza musical cuyo sentido pudiera ser intrincado, pero que es, en definitiva, una invitación consciente a una participación activa del observador y su memoria.
Reflexión práctica
La segunda parte, Concreta, suma 78 piezas de poesía visual en las que la imagen, el elemento plástico, predomina sobre el resto de los componentes pero, a manera de acertijo, se mueve en la frontera entre el género artístico y el pequeño poema-jeroglífico, jugando con el pensamiento abstracto del observador, de los refranes y dichos populares que se aproximan a la zona remota de la asociación trascendental.
Finalmente, la exposición reúne una serie de composiciones de arte sonoro, Estancias, donde se propone una reflexión práctica sobre cómo aunar la música y el llamado “hecho expositivo tradicional”. Un total de siete piezas sonoras, de una duración aproximada de 50 minutos, interactúan con las visuales intentando incidir en ese hecho creativo que supone por parte del observador el leer atentamente una exposición, no en vano la percepción requiere participación.
Con motivo de la exposición se ha editado un catálogo que incluye textos de Luis Francisco Pérez, Federico Castro Morales, Jonathan Allen y José Manuel Costa.