El punto de partida es la realización de un vídeo que muestra cómo se derrite un modelo a base de agua y pigmento que previamente, para conservar su forma tridimensional, ha sido congelado en un molde. Para ello el artista ha realizado una construcción a base de pequeños bricks de plástico y a través de un molde ha conseguido una pequeña escultura de barro helado con la apariencia exacta de la primera.
El proceso de descongelamiento ha sido fotografiado cada 30 segundos durante varias horas, hasta que la pequeña escultura ha quedado reducida a líquido. De la imagen tridimensional ha pasado a un plano bidimensional en superficie pero que en su espesor líquido contiene la materialidad que parece perdida en las imágenes finales.
Las más de dos mil instantáneas son los fotogramas que han servido para el montaje del vídeo en un proceso acelerado cuya duración se ha comprimido en un par de minutos. La proyección final se ha montado a modo de loop, añadiendo los mismos fotogramas en sentido temporal inverso. De esta manera, la construcción va desapareciendo hasta un punto de retorno en el que comienza a reconstruirse. De entre todos esos fotogramas, fracciones de un proceso entrópico de degradación, Urzay selecciona algunos de ellos y los traspasa a varios soportes que son la base de la serie de pinturas que conforman la exposición.
El tiempo de realización de las pinturas dura semanas. El proceso temporal de las imágenes iniciales se desvía hacia otro territorio que tiene otra materialidad y que queda finalmente inmovilizado una vez que el artista decide dar por concluida una imagen. De la temporalidad del vídeo se pasa en cada una de las pinturas a la síntesis de fragmentos temporales que se ofrecen al espectador en presente continuo. El tiempo de ejecución queda como vestigio mediante capas.
El lenguaje de Urzay
La exposición reúne algunos de los ingredientes comunes del lenguaje plástico de Darío Urzay, que juega a la contraposición de opuestos al enfrentar la tensión entre las dimensiones micro y macro o entre lo estático y lo aleatorio.
A través del tiempo, el artista ha desarrollado una de las reflexiones plásticas más contundentes e interesantes en torno a la permeabilidad de las disciplinas artísticas y científicas, explorando –entre otras– las relaciones entre el arte digital y su faceta virtual, la fotografía y la realidad y las nuevas codificaciones de la pintura. Una pintura abierta al contacto exterior y a la contaminación lingüística.
Su obra estimula en el espectador una inquietud, una curiosidad ante la construcción, nada casual, de la realidad de la obra. Lo despiertan hacia una postura de responsabilidad crítica ávida por desenmascarar los mecanismos que provocaron esos mundos que brotan en el trabajo de Urzay. El mundo visual que propone es tan ordenado como caótico, aparentemente científico, resultado de una asimilación personal de conceptos de física, geografía y antropología. “Trabajo –explica él mismo– en ese espacio en el que lo real y su imagen se solapan, creando una tensión que es apreciable en la imagen resultante, que revela y atrapa la luz, entrega contornos quebrados que hacen evocar la fractalidad”.