Realizada gracias a la colaboración entre la Obra Social ”la Caixa” y los Staatliche Museen zu Berlin, que cuentan entre sus múltiples colecciones con una rica pinacoteca (Gemäldegalerie) que alberga obras de maestros europeos del siglo XIII al XVIII, esta exposición inédita reúne 45 obras maestras realizadas por los pintores italianos más destacados del siglo XVIII, gracias a las cuales se puede admirar la evolución y variedad de la pintura dieciochesca italiana.
Settecento, que reúne algunos de los nombres esenciales de la historia del arte en Italia, como Canaletto, Francesco Guardi, Giovanni Paolo Panini, Giuseppe Maria Crespi, Sebastiano Ricci y Giovanni Battista Tiepolo, está distribuida en cuatro ámbitos temáticos que permiten contemplar la diversidad y vitalidad de la pintura de la época, centrada en las vistas urbanas (vedute), la representación del hombre, el modo de narrar la historia y la imagen religiosa.
Vistas urbanas
Comienza con la sección Visiones de Italia: vedute, ruinas y paisajes, que contextualiza el siglo XVIII en Italia. En este momento, el país se hallaba fragmentado, de manera que a finales del periodo se contaban todavía 18 estados independientes, algunos de muy reducida extensión. Las capitales de dichas regiones se mostraban orgullosas de su historia e identidad cultural, plasmadas en el aspecto único y personal de su fisonomía urbana.
Como manifestación de esa autocomplacencia, proliferaron las vistas urbanas. Conocidas como vedute, tuvieron gran demanda entre los viajeros y los aficionados a las artes admiradores de Italia. De hecho, muchas de estas capitales eran escala obligada del Grand Tour, un viaje cultural en boga entre las élites europeas de aquel tiempo. Aunque la pintura de vistas urbanas se generalizó en toda la península Italiana, fue en Venecia donde se desarrolló la escuela de especialistas más afamada, que alcanzaría gran resonancia internacional.
Otro de los objetivos del Grand Tour fue profundizar en el conocimiento de la Antigüedad clásica. En plena revalorización del arte de Grecia y Roma, los vestigios que llenaban las colecciones y las calles italianas fueron incorporados a vedute imaginarias. En paralelo, la propia arquitectura y el paisaje se convirtieron en materia para el capricho de los pintores y sus mecenas. Entre lo real y lo pintoresco, estas creativas visiones de la naturaleza y las ciudades pasaron a ser objetos artísticos de primer rango.
Retratos sencillos
El visitante continúa con el apartado Intimidad, fiesta y fantasía: el hombre del siglo XVIII, que repasa el ascenso de los burgueses en la escala social, un hecho que condujo a su incorporación en el mercado artístico. El peso de sus encargos reajustó la estructura de algunos géneros, empezando por el retrato. Aunque la aparatosidad barroca siempre estuvo presente en los retratos de la alta nobleza, paulatinamente fueron implantándose fórmulas más sencillas y directas. La cercanía entre el artista y el retratado se extendió también a nuevos temas que convertían la vida privada en asunto de interés.
La representación de lo cotidiano cobró impulso entre los artistas de la época, bien para reflejar el transcurrir de la gente humilde, bien para mostrar el juego social y amoroso que se producía en las estancias palaciegas. Son las escenas de galanteo, el teatro de las pasiones relatado con un realismo dulcificado que se asocia a la estética del Rococó. Las conexiones con Francia y sus cortes afines se convirtieron en una vía de entrada de esta nueva sensibilidad.
Asimismo, la sofisticación de los estamentos privilegiados y el propio capricho de los artistas propiciaron ejercicios de pura fantasía: desde evocaciones pictóricas de gusto oriental hasta espléndidos montajes de talante festivo que se escenificaban en fastuosos decorados en las calles y se inmortalizaban también en los lienzos.
Grandes historias
En Historias y emociones: modos de narrar se pone de manifiesto como el reconocimiento de un pintor dependía principalmente de su capacidad para narrar grandes historias. No bastaba con temas anecdóticos. Esta venía siendo la norma del canon artístico barroco, y las nuevas generaciones, que aspiraban a medirse con la fama de sus antecesores, se enfrentaron al desafío con viejos o nuevos recursos. Algunos artistas optaron por prolongar las tradiciones locales; otros formularon alternativas más personales.
Todos los temas, fueran bíblicos, mitológicos o literarios, tenían elementos en común. En su mayor parte se basaban en textos que por sí mismos gozaban de gran autoridad por tratarse de obras consagradas de autores clásicos o contemporáneos. Así, la calidad expresiva de la pintura debía hacerles justicia y ser capaz de transmitir las emociones sentidas por sus protagonistas. Además de la pintura de caballete, las monumentales decoraciones murales fueron las empresas artísticas más codiciadas. Los templos y palacios de toda Europa se vistieron con pinturas al fresco, de la mano de artistas italianos o de otros que emulaban su estilo.
Centro del catolicismo
Finalmente, la exposición termina con La imagen religiosa, en la que se tratan las pinturas de tema religioso que en ese momento sobrepasaban el estricto valor narrativo. En las imágenes de culto se produce una ambivalencia, debido, en parte, a que estaban hechas para ser contempladas de modo distinto. Aunque muchas pinturas religiosas colgaban en las galerías de los coleccionistas, otras quedaban expuestas en espacios sagrados. Por ello los pintores dieron gran importancia a este tipo de encargos en Italia, centro del mundo católico.
Los altares de las iglesias eran, ya desde el Renacimiento, un campo para la competencia entre artistas, que pugnaban por demostrar sus habilidades técnicas y sus capacidades expresivas. En los Staatliche Museen zu Berlin se conserva un grupo representativo de los distintos tipos de pinturas que se encargaban en aquel entonces: cuadros de altar, proyectos para frescos y otras obras menores destinadas al rezo privado. Pero, al igual que en otras secciones, se pueden advertir diferencias de estilo según el lugar de origen del artista.