¿Para qué sirve el amor?, se pregunta la protagonista de La voz humana al comienzo de este mítico monólogo. Elejalde realiza una actualización contemporánea del texto que Cocteau estrenó en 1930, pocos años después de la implantación de los primeros teléfonos particulares en las casas. “El teléfono, entonces un avance en el terreno de las comunicaciones al alcance de las clases pudientes, es aprovechado por Cocteau para proponer una reflexión sobre la incomunicación, la dificultad de enfrentarse a la verdad, la ausencia y el dolor que esta provoca”, explica Elejalde, que ha actualizado el texto hasta convertirlo en un intenso drama psicológico.
A través de la obra, el dramaturgo reflexiona sobre el amor como si se tratara de una enfermedad que incapacita, como una adicción que anula, para hablar del desamparo, la angustia y la dependencia de quien se siente abandonado por su amante. En palabras del director, “Cocteau retrata un estado mental y emocional. El personaje ni siquiera tiene nombre. No lo tiene porque somos todos”. Para dar vida a la protagonista ha escogido a Ana Wagener, que debe hacer frente a un soliloquio plagado de “perdóname”, “te entiendo”, “te lo debo”, “no debí hacerlo” y otras muestras de servidumbre.
Wagener interpreta a una mujer que, en la oscuridad de su apartamento, espera ansiosa la llamada de su amado. Suena el teléfono y se precipita hacia él. Sus palabras y gestos la delatan: son la crónica de un desamor, la tragedia de una mujer destrozada por la ruptura con su amante. Al otro lado del aparato, su invisible interlocutor, un hombre misterioso del que solo sabemos que es actor y sobre el que planea la sombra de la traición.
Este permite a Cocteau «escribir una pieza de dos personajes en donde solo vemos a uno. El otro está ausente. Lo sentimos a través de las palabras de la protagonista, a través de sus silencios, creando así una especie de dios inmisericorde que conduce a la protagonista a las puertas del infierno», concluye el director.