Tras la apertura y el medio juego, cuando en el damero apenas permanecen unas pocas piezas en pie, el ajedrez entra en su fase resolutiva: el fin de partida. Mucho se ha teorizado sobre este momento decisivo. Marcel Duchamp (1887-1968), un artista clave en la vanguardia, actor del giro conceptual que dio lugar al arte contemporáneo y, a su vez, un apasionado ajedrecista, escribió en 1932 un manual sobre finales de partida junto con el jugador Vitaly Halberstadt. El libro, titulado L’opposition et les cases conjuguées sont réconciliées, proponía un sistema que superaba la antítesis entre los métodos tradicionales de cierre y las nuevas teorías que surgían al respecto.
Fin de partida. Duchamp, el ajedrez y las vanguardias examina cómo esta voluntad de síntesis se refleja también en el propio proyecto artístico de Duchamp y, por extensión, en las diferentes estrategias que adoptaron las vanguardias frente a la tradición en su avance hacia el arte conceptual.
El ajedrez, que históricamente había constituido un pasatiempo intelectual propio de las clases altas, alcanza su cénit a comienzos del siglo XX y se extiende a todas las capas sociales para convertirse en la forma de juego más respetada tanto en el ámbito público como en el privado. En ese contexto cultural se forma Duchamp, artista central de la vanguardia, impulsor del traspaso de la plástica figurativa a la crítica de la representación que tanto influyó sobre los nuevos comportamientos artísticos de finales de los años sesenta.
Tal era su afición a este juego que, en 1923, Duchamp llegó a anunciar su retirada de la práctica artística convencional «para jugar al ajedrez», un ejercicio intelectual que, en último término, consideraba una forma de arte «más puro en su posición social». Para Duchamp, el ajedrez era una actividad artística que le servía para mantener una lógica oposicional, representada por el blanco y el negro de las piezas; pero, al mismo tiempo, el tablero y sus normas le permitían alcanzar una conciliación que volvía inútil la confrontación en el fin de partida. Según Segade, entre ambos polos del juego (antítesis o síntesis) es posible reconstruir la historia de las vanguardias y el jaque al paradigma que representaron.
Metáfora social
Tomando como marco la cronología vital del artista, la exposición plantea la hipótesis del ajedrez como fondo continuo de las vanguardias históricas, «ya sea como un ocio intelectual, como una metáfora social, como un residuo de la perspectiva convencional, como un espacio para la reflexión sobre el lenguaje, como un teatro capaz de expresar la dramaturgia de la conciencia, como un juego de guerra o como un tablero donde cuestionar la convención y la regla», afirma el comisario.
Sostienen el relato de la exposición cerca de 80 piezas que incluyen pinturas y esculturas, muchas de ellas jamás vistas en España, de algunos de los artistas fundamentales del siglo XX, procedentes de importantes colecciones públicas y privadas de Europa, América y Oriente Próximo. La selección abarca un extenso período que va desde 1910 hasta 1972 y reúne, además, cuatro ready-mades de Duchamp, así como una docena de juegos de ajedrez históricos, algunos de ellos diseñados por destacados artistas de la vanguardia y de los inicios del arte conceptual.
Fin de partida. Duchamp, el ajedrez y las vanguardias se completa con una gran diversidad de documentos originales, como libros, carteles, fotografías, películas o registros sonoros de archivos internacionales públicos y privados que ilustran y contextualizan el papel del ajedrez en el paso de las primeras vanguardias a las manifestaciones pioneras del arte conceptual.
Seis movimientos
La muestra se divide en seis ámbitos. Comienza con Del ocio familiar al cuadro como idea, que parte del ajedrez como motivo en las pinturas de género doméstico del postimpresionismo. En esta sala se exponen, entre otras, obras de Jean Metzinger, Jean Crotti y el propio Duchamp, del que destacan el óleo de 1910 La partida de ajedrez, procedente del Philadelphia Museum of Art.
La exposición avanza hacia El ajedrez y el arte para el pueblo, que da cuenta de cómo, en el devenir utópico del constructivismo ruso, el ajedrez se convirtió en un elemento de educación y ocio para la clase obrera. Sobresalen en este espacio tres piezas de especial relevancia: el óleo de 1937 Gran tablero de ajedrez, de Paul Klee; Vestidos simultáneos (Tres mujeres, formas y colores), de Sonia Delaunay, así como Línea completa (1923), de Kandinsky.
El espacio psicoanalítico del tablero, tercera sección, examina cómo, en manos de los surrealistas, el ajedrez se convierte en un método de análisis, «un escenario para la batalla de los géneros y un espacio de subversión de las propias leyes de su tablero-mundo», en palabras de Segade. Esta sala reúne piezas de Man Ray, Muriel Streeter o Mercè Rodoreda en su faceta como pintora.
Durante los episodios bélicos que agitaron Europa en los años treinta y cuarenta, el ajedrez se convirtió en un elemento clave de propaganda nacional y en una metáfora del triunfo en la batalla. En su cuarto ámbito, bajo el título El juego de la guerra, la exposición explora de qué manera el ajedrez se transforma en un vehículo especialmente sofisticado para trabajar la psicología social en tiempos de guerra.
En los años 40, el propio imaginario del ajedrez se convertiría en uno de los temas de trabajo de los artistas más importantes de aquel tiempo, hasta el punto de llegar a diseñar sus propios juegos y borrar, así, el límite entre el ajedrez y la obra de arte. El penúltimo apartado de la exposición, La imaginería del ajedrez, es un homenaje a aquella muestra histórica, de la cual recoge el título, y reúne algunos de los juegos más destacados: tableros y piezas vanguardistas firmados por Max Ernst, Alexander Calder o Isamu Noguchi, entre otros.
El proyecto expositivo se completa con un programa de actividades específico y una publicación que incluye el texto curatorial de Manuel Segade, que recorre los diferentes ámbitos de la exposición; un ensayo de Adina Kamien-Kazhdan, conservadora de arte moderno del Museo de Israel, en torno a Échiquier surréaliste, el mítico collage fotográfico de Man Ray expuesto en el tercer ámbito de la exposición, y un artículo de la escritora y catedrática de arte contemporáneo Estrella de Diego, que profundiza en la fascinación que el ajedrez suscitó en los artistas e intelectuales más destacados de la vanguardia.