La afición de Palacio por el arte oriental le llevó a atesorar un destacado conjunto de obras japonesas, compradas principalmente en París. La apertura comercial de Japón durante la era Meiji (1868-1912) propició la exportación masiva de piezas y objetos japoneses, que en la capital francesa se comercializaron en enormes cantidades. Surgió así una intensa fascinación por el mundo cultural y artístico japonés en la Europa de mediados del siglo XIX: el llamado japonismo, un fenómeno de coleccionismo y de influencia del arte japonés en grandes artistas europeos (Manet, Degas, Monet, Toulouse-Lautrec o Van Gogh).
Esta colección se caracteriza por la calidad de sus piezas, así como por un refinado gusto en su selección. Del conjunto se muestran en esta exposición 24 grabados ukiyo-e de los siglos XVIII y XIX, una pintura del gran artista Kawanabe Kyōsai y una veintena de objetos de usos diversos. Como complemento se presenta una pareja de armas japonesas del siglo XVII procedente de otro depósito particular en el Museo de Bilbao.
Durante el periodo Edo (1615-1868), el grabado se convirtió en la principal forma de expresión artística de la burguesía urbana y su estilo de vida, centrado en el ocio y las diversiones populares, la llamada cultura ukiyo («mundo flotante»). Las estampas ukiyo-e («pintura del mundo flotante») fueron reproducidas de forma masiva y a bajo precio. Algunas de las temáticas más frecuentes en ellas y que se muestran en el Museo Carmen Thyssen Málaga son mujeres bellas, escenas literarias, escenas costumbristas y de parodia, escenas de teatro kabuki y sus actores, escenas naturalistas y paisajes. Se trata de impresiones xilográficas en color (nishiki-e) y, en algunos casos, de ediciones muy lujosas y encargadas con carácter conmemorativo (surimono).
Entrada en Occidente
Gracias a su recepción entusiasta en Europa entre los siglos XIX y XX, algunos de sus autores como Utamaro, Hokusai e Hiroshige se convirtieron en fuente de inspiración para numerosos artistas occidentales y en referencias universales del arte. Curiosamente, el arte japonés llegó a Occidente a través de artistas con escaso prestigio en Japón, autores de un género menor destinado al mercado popular.
La laca japonesa urushi es una de las manifestaciones más bellas del arte del periodo Edo. Los objetos de madera realizados con esta técnica fueron muy codiciados por los coleccionistas europeos por la originalidad de sus diseños y su preciosismo, y ejercieron gran influencia en las artes decorativas occidentales. Estuvieron destinados a todas las clases sociales y diferentes propósitos. Se exponen aquí pequeñas cajas primorosamente elaboradas (para guardar incienso, útiles de escritura, papeles…), fundas para pipas (kiseru-zutsu) y estuches de madera (inrō) que colgaban del cinturón del kimono, con la ayuda de una figura que hacía de contrapeso (netsuke).
Además se muestran piezas relacionadas con la clase de los samuráis, como sus armas tradicionales: katana (sable largo) y hamidashi (daga corta), y las tsuba, guardamanos que separaban la empuñadura del sable japonés de su hoja de acero.
Cultura japonesa en Europa
Las principales características de la estética japonesa podrían resumirse en la frase del filósofo Suzuki Daisetsu: “La belleza no está en la forma exterior, sino en el significado que ésta encierra”. Cuatro son los conceptos clave que se aplican en la arquitectura y el mobiliario, en la jardinería, en la caligrafía y la pintura, en la cerámica y la laca, y en todos los aspectos estéticos de la vida nipona.
En primer lugar, la estrecha conexión entre el arte y la naturaleza, y, frente al antropocentrismo occidental, la relación del hombre con ella. Después, la sencillez esencial, la espiritualización del arte que, en ocasiones, es el origen de una abstracción formal. También, la tendencia a las formas decorativas y, por último, la facilidad para asimilar estilos y tendencias, desde la influencia de elementos culturales procedentes de China –sobre todo de la escuela budista Zen que penetra en Japón en el siglo XII– hasta el influjo occidental, que comienza en el siglo XVI y se intensifica a partir de 1888 con la apertura de Japón al exterior.
Con la apertura de los puertos japoneses surgió un gran interés en el mundo occidental por su arte y cultura. Cuando los americanos y europeos pudieron viajar al país e importar objetos artísticos sobrevino una enorme fascinación, reflejada en el fenómeno del japonismo, que alcanzó su apogeo en París entre los años 1860 y 1900.
Los objetos fácilmente transportables, como grabados, adornos de espadas, cerámicas y lacas, así como los populares netsuke (especie de tope que se usa, atado a un cordón, para suspender pequeños objetos del cinturón del kimono), fueron los preferidos de los coleccionistas.