Picasso románico se despliega en las salas de la colección permanente del MNAC y pone el foco sobre dos fechas que marcan la relación del artista con el arte medieval. En 1906, en un momento decisivo de transformación de su estilo, Picasso se instala durante unos meses en el pueblo de Gósol, en los Pirineos. Casi treinta años más tarde, en 1934, visita las colecciones de arte románico del que hoy es el Museu Nacional d’Art de Catalunya.
Aunque al día siguiente partió hacia París y nunca más regresó a España, Picasso fue atesorando durante toda su vida las pruebas de esa relación. La exposición muestra un conjunto documental, hasta ahora inédito, que conserva el archivo del Musée Picasso de París, repleto de imágenes románicas, postales del museo con motivos románicos que le enviaban sus amigos, correspondencia y diversos libros y revistas sobre el tema. Todos estos materiales confirman el interés que mantuvo siempre por el arte de dicho período.
Valoración artística
Pero la exposición no trata de establecer una relación mecánica entre las obras románicas y las de Picasso, ni plantea la búsqueda de una influencia directa, ya que una de las características principales de la obra picassiana es precisamente su capacidad de transformar cualquier influencia en algo distinto y propio, que al mismo tiempo conserva y supera los modelos originales. La mirada de Picasso sobre el románico es una mirada de valoración artística, no es una mirada arqueológica ni le dispensa ese tratamiento, que era habitual en ese momento. Picasso parece reconocer en el románico la preexistencia de soluciones plásticas que también se aplican a problemáticas de la creación contemporánea.
Picasso románico gira sobre tres ejes temáticos. El primero explora los primeros contactos de Picasso con el románico y en especial se centra en las obras realizadas en 1906 y 1907 y en su estancia en Gósol. La talla de la Virgen con el Niño, que hoy forma parte de la colección del Museu Nacional, se encontraba entonces en la iglesia de Gósol. Picasso realiza ese viaje cuando su obra está experimentando un retorno a un cierto primitivismo, en reacción contra el llamado período rosa anterior, que entonces él mismo calificó de «sentimental».
En 1934, su visita al museo un día antes de su marcha definitiva del país fue un acontecimiento ampliamente comentado por la prensa barcelonesa del momento. Esta será su última estancia en España. Acompañado por su amigo Joan Vidal y por el director del museo, Joaquim Folch, el objetivo era conocer la sala en la que se iban a exponer las obras del artista propiedad del ayuntamiento de la ciudad, entre las que destacaba el fabuloso conjunto de 22 piezas compradas unos años antes al coleccionista Lluís Plandiura.
Para los modernos
Este proyecto de sala, que hubiera sido una de las primeras dedicadas al artista en un museo, no se llegó a realizar. Picasso aprovechó la ocasión para visitar detenidamente la colección de arte románico y, según el relato que ha llegado hasta nosotros a través de las crónicas periodísticas, convenía que el museo era único en el mundo e imprescindible para conocer el origen del arte occidental, así como una lección para los artistas modernos.
El segundo eje tiene que ver con un tema trágico, el de la crucifixión, muy presente en el arte románico, y que a Picasso le preocupó en diferentes momentos de su vida, especialmente entre 1930 y 1937. Resulta especialmente interesante relacionar las crucifixiones desarticuladas de Picasso con las crucifixiones articuladas del románico, en especial con el conjunto escultórico de los «descendimientos» que conserva el Museu.
El tercer eje se refiere a una imagen también muy presente en la colección románica del museo: la calavera. La muerte es uno de los grandes temas transversales en la obra picassiana, que se expresa en su obra simbólicamente de diferentes maneras, especialmente a través de máscaras y calaveras, tanto humanas como animales.