Mientras que en los retratos de grupo de Manet o Degas, por ejemplo, los protagonistas mantienen la distancia entre ellos y con el espectador, Renoir dota a sus figuras de una cercanía tangible. En sus escenas con dos o más personajes es habitual que estos participen en un juego de alternancia entre el contacto visual y el físico, parejas de hermanos o de madres e hijos en las que uno de ellos mira al otro y éste le corresponde tocándole con la mano.
En ocasiones, esos intercambios se establecen en torno a una actividad común, como la lectura de un libro. En el caso de los retratos individuales, Renoir aspira a ofrecer al espectador algo semejante al contacto físico, aproximándose todo lo posible. Si Degas rodea a sus modelos de un decorado y unos atributos que hablan por ellos, Renoir tiende a ajustar el encuadre, suprimiendo el entorno para concentrar la mirada en el rostro.
Otros detalles en los cuadros de Renoir que aluden a sensaciones palpables son las cabelleras con las que juegan y se enredan las manos, los perros en brazos de figuras femeninas, los paños o toallas que cubren el pecho o envuelven los muslos, una labor de costura, unas madejas de lana o la espesura de un jardín.
«Me gustan los cuadros que me dan ganas de pasearme por ellos, cuando es un paisaje, o bien de pasar la mano sobre un pecho o una espalda, si es una figura de mujer…» (Pierre-Auguste Renoir)
Renoir: intimidad está organizada en torno a cinco apartados: Impresionismo, Retratos, Paisajes, Escenas familiares y domesticas, y Bañistas. La etapa impresionista, entre 1869 y 1880, ocupa dos salas de la exposición y reúne algunos de los iconos de su carrera, como Después del almuerzo (1879), un estudio del natural de Le Moulin de la Galette (1875-1876), además de las obras que pinta en La Grenouillère, zona de ocio a las afueras de París donde trabaja con Monet, como Almuerzo en el Restaurant Forunaise (El almuerzo de los remeros) (1869) o Baños en el Sena (La Grenouillère) (1869). Una selección de retratos femeninos al aire libre o en interiores –Retrato de la mujer de Monet (1872-1874)– y de parejas –El paseo (1870)–, además de un paisaje impresionista, Mujer con sombrilla en un jardín (1875), completan el capítulo.
A partir de 1880, la vía impresionista parece agotada y los miembros del grupo se distancian. Renoir vuelve la mirada a la tradición clásica, desde Rafael a Jean-Auguste Dominique Ingres. No abandona el lenguaje impresionista, pero añade a su pintura un énfasis mayor en el dibujo.
Desde finales de los años 1870 y a lo largo de toda la década siguiente, Renoir adquiere una creciente reputación como retratista y se convierte en uno de los pintores más solicitados por la sociedad parisiense. La Srta. Charlotte Berthier (1883), el Retrato de la poetisa Alice Vallières-Merzbach (1913) o el de su marchante Paul Durand Ruel (1910) y sus hijos Joseph Durand-Ruel (1882) y Charles y Georges Durand-Ruel (1882) son ejemplos de esta faceta.
En la sala dedicada a los paisajes se incluyen vistas de la costa de Normandía y sus alrededores –Colinas alrededor de la bahía de Moulin Huet, Guernsey (1883)– y Provenza, donde comparte motivos pictóricos con su amigo Cézanne –La montaña de Sainte-Victoire (hacia 1888-1889)–, así como de distintas localizaciones del sur de Italia: La bahía de Salerno (Paisaje del sur) (1881).
La exposición continúa con una selección de escenas familiares y domésticas protagonizadas por sus hijos –Coco tomando su sopa (1905) o Jean como cazador (1910)–, su mujer Aline que, con motivo del nacimiento de su primer hijo, Pierre, posa en Maternidad (1885) y Aline amamantando a su hijo (1915), así como otros miembros de su entorno más cercano, como Gabrielle Renard, la niñera y pariente lejana de Aline, que se convierte en una de sus modelos favoritas –Niño con manzana o Gabrielle, Jean Renoir y una niña (hacia 1895-1896)– y Andrée Heuschling –El concierto (1918-1919)– quien se casará con su hijo Jean tras la muerte del pintor.
«Si hay un personaje al que pueda aplicársele el término intimidad, es sin duda mi padre. Las relaciones humanas no valen nada hasta que se llega al punto en que caen los muros que se levantan entre las personas» (Jean Renoir)
Uno de los motivos predilectos de Renoir son los desnudos. Un género que los impresionistas, a excepción de Degas, no trataron por considerarlo académico. Centrado en su propia elaboración estilística, el pintor llega a una de las cimas de su producción con las bañistas, una serie de desnudos al aire libre en los que reivindica una naturaleza atemporal que elude cualquier referencia a la vida moderna. Una visión edénica marcada por la sensualidad de las modelos, la riqueza del colorido y la rotundidad de las formas.
Comisariada por Guillermo Solana, director artístico del Thyssen-Bornemisza, la muestra cuenta con el mecenazgo de Japan Tobacco International (JTI) y cuenta con préstamos procedentes de museos y colecciones de todo el mundo, como el Musée Marmottan Monet de París, el Art Institute de Chicago, el Museo Pushkin de Moscú, el J. Paul Getty de Los Ángeles, la National Gallery de Londres o el Metropolitan de Nueva York.
- La muestra se exhibirá posteriormente en el Museo de Bellas Artes de Bilbao, entre el 7 de febrero y el 15 de mayo de 2017.