Son evidentes los contrastes entre la fotografía de Sánchez y la escultura de Faura y, sin embargo, existe una lógica conexión llegando a establecerse un diálogo entre ambas. En su búsqueda de una geometría elocuente, Faura ha realizado una compleja labor. El impulso de investigación le ha llevado al estudio de la herencia de las vanguardias históricas, del rigor matemático del minimalismo y de la desocupación del espacio de raigambre oteiziana.
Pero lejos de acomodarse en la repetición de unos códigos ya establecidos, Faura abre en Inflexiones sutiles vías de exploración personal a través de ritmos internos, movimientos centrífugos y puntuales modulaciones cromáticas que crean la posibilidad de desmaterializar el objeto en vibraciones ópticas y efectos luminosos. Una de las claves de su poética es la repetición de un módulo sobre el cual aplica variantes de escala y de disposición en el espacio.
Este no es aleatorio sino que «nace de un riguroso encadenamiento relacional que se alimenta del diálogo entre la forma y el vacío. De este modo, el acero oxidado plantea reajustes en la dirección de la mirada para sumirla en un trayecto flexible y rítmico. Materia y vacío interactúan en equivalencia expresiva y tensan el pensamiento dialéctico que existe entre razón y expresividad, conjunto y unidad, asonancia y disonancia», explica el comisario Carlos Delgado Mayordomo. El resultado es una poética donde el vacío no sirve solamente para aclarar la estructura de la materia, sino que se posiciona de manera contundente como núcleo reflexivo.
Aproximación al paisaje
Por otro lado, Ely Sánchez ha desarrollado a lo largo de los últimos años un complejo grupo de trabajo que, organizado a través de series, reflexiona sobre algunas de las zonas conflictivas de la representación fotográfica: el cuestionamiento del estatuto de veracidad y del purismo ontológico del medio; la deconstrucción del paradigma del instante decisivo y de las estructuras narrativas, la difusión de los límites entre abstracción y representación.
En su última serie, Heridos, se aproxima al paisaje como espacio que es fruto de la interacción entre sociedad y naturaleza. «A partir de esta enunciación temática advertimos tres niveles de tratamiento que determinan la polivalencia semántica de la imagen: en primer lugar, la representación base, elaborada en blanco y negro y que encuadra un ámbito específico del territorio; en segundo lugar, la irrupción sobre el paisaje de una banda geométrica que obliga a trascender el sentido de la pura representación fotográfica; un último nivel viene encarnado por el color rojo que invade el interior de la banda geométrica y que acentúa el extrañamiento de la imagen», explica el comisario.
Al comentar esta serie, la artista habla de la “acromatopsia irreparable, trastorno óptico ininterrumpido, únicamente, por una certeza roja que emana de la tierra: la del corazón ensangrentado; la del llanto divino; la de la herida latente». Uno de los aspectos más sugestivos de esta serie está justamente relacionado con el problema de la mirada, la negación del placer visual de la totalidad y el establecimiento en el espectador de la inquietud de no saber a ciencia cierta qué está viendo, o más bien, qué es aquello que su mirada no puede abarcar.