Hace cien años caía la monarquía en Rusia. La abdicación del zar supuso el epílogo a tres siglos de historia bajo el dominio de la dinastía. Coincidiendo con el centenario de estos históricos acontecimientos, la Colección del Museo Ruso de San Petersburgo / Málaga permite a los visitantes revivir con detalle aquel periodo comprendido entre 1613 y 1917 a través del trabajo de más de un centenar de artistas.
Comisariada por Pável Klímov, la muestra presenta los principales hitos de aquellos tres siglos a través de una división en 11 secciones. La primera de ellas constituye el prólogo a la historia de los Románov y se centra en la figura de Iván el terrible, que entre sus esposas tuvo a una Románov, para dar paso al inicio de la dinastía propiamente dicha, desde el zar Miguel I hasta Nicolás II, último emperador ruso, decimoctavo de su dinastía.
En esta última sección se encuentra una de las obras más conocidas de la exposición, el Retrato de Nicolás II, obra de Ilya Repin, del que también destaca un óleo que recoge la boda de Nicolás II con Alejandra Fiódorovna.
Gran formato
La exposición se nutre, a partes iguales, de arte palaciego y cuadros de historia, la mayoría de ellos del siglo XIX, aunque también hay otros contemporáneos de los propios hechos que narran. En ese sentido destacan las piezas del siglo XVIII sobre los reinados de Pedro I el Grande y Catalina La Grande realizadas durante sus reinados.
Las figuras históricas más atractivas para el público son Iván IV el Terrible, Pedro I, Catalina II y Nicolás II. Otro elemento llamativo de la muestra es el gran formato de muchas de las piezas expuestas. Como curiosidad, esta colección acogerá el cuadro de mayor tamaño que se ha colgado en el centro. Se trata de la obra de Gavril Gorélov el Escarnio del cadáver de Iván Miloslavsky, de 2,25 metros de alto por 5,60 metros de largo.
Otra característica de la muestra es que en ella se puede contemplar un cuadro pintado por la propia zarina, esposa de Alejandro III, quien retrató al cochero del zar. Además de los cuadros de historia, la exposición se compone de numerosos retratos de monarcas, elementos usados en la corte rusa como cerámica y mobiliario, así como esculturas. Merece la pena detenerse también en la máscara funeraria de Pedro El Grande, realizada en bronce en 1725 a partir del molde de cera que le recubrió el rostro nada más fallecer.
Descendientes del boyardo moscovita del siglo XIV Andrei Ivanovich Kobyla, la familia Románov tomó su apellido de Roman Yurev, cuya hija, Anastasia Románova, se convirtió en la primera esposa de Iván el Terrible. Será los hijos del hermano de Anastasia, Nikita, quienes convertirán Románov en su apellido para perpetuar el orgullo por su abuelo Roman, padre de una zarina. Tras la muerte de Feodor I, último zar de la dinastía Rurik, se inició la llamada época de las turbulencias, que llevó al caos a Rusia durante 15 años hasta que una asamblea de notables eligió al nieto de Nikita, Mijail Románov, como nuevo zar.
El trono fue pasando de la forma habitual seguida por la dinastía anterior, la de los Rurik, de primogénito en primogénito o, en su defecto, yendo la corona al pariente varón más cercano. Esta dinámica tradicional se rompió a la muerte de Feodor III, cuando los hermanastros Pedro e Iván aspiraron a la vez al trono. Los derechos de ambos, el de Pedro sostenido por una asamblea de notables y el de Iván por una revuelta palaciega, se mantuvieron, con una monarquía dual. A la muerte de Iván, Pedro cambió las normas, estableciendo que cada monarca elegiría sucesor. Así hizo él, eligiendo como sucesora a su esposa Catalina I, que sólo por matrimonio era una Románov.
Aunque la corona pasara a su hijo Pedro II, verdadero Románov por sangre, la línea masculina del apellido se extinguió en 1762, pasando el cetro a la casa de Holstein-Gottorp tras la muerte de Isabel I, pese a lo cual se optó por mantener el nombre de la dinastía a fin de asegurar la continuidad histórica y asegurar la unidad del Imperio.
Un intento de cambiar nuevamente las normas de sucesión por parte de Pablo I condujo a su asesinato. Otro asesinato, fruto de las tensiones sociales de la época, terminó con la vida de Alejandro II en 1881, veinte años después de que dictara la emancipación de los siervos. Su nieto Nicolás II se convertirá en el último zar tras abdicar a consecuencia de la revolución rusa de febrero de 1917, siendo asesinado con su esposa e hijos en julio de 1918.
A la vez que se sucedían los zares y emperadores Románov, los grandes hitos de la historia rusa bajo su dominio serán la incorporación de Ucrania en 1654, la expansión territorial hacia el este con la ocupación de Siberia occidental a finales de siglo, las insurrecciones periódicas de cosacos, la modernización del país bajo Pedro I el Grande y su esposa Catalina la Grande, firmes partidarios de la occidentalización, siendo la fundación de San Petersburgo en el siglo XVIII su señal más notoria.
Guerras contra Suecia y Polonia sirvieron para ampliar los territorios, a la vez que la derrota definitiva de los tártaros en 1783 abrió para Rusia la puerta de su extensión más radical. A la vez que se dinamizaba el comercio, se iniciaba una paulatina industrialización de Rusia que en el siglo XIX, tras el renacer nacional que supuso la victoria sobre la invasión napoleónica, vivió en un anhelo constante de reformas continuamente aplazadas a la vez que el naciente movimiento obrero optaba por vías violentas. La abolición de la servidumbre en 1861 no fue suficiente. La derrota en la guerra contra Japón en 1905 puso de manifiesto que el dominio de los Románov llegaba a sus años finales. La desastrosa gestión de la Primera Guerra Mundial desencadenaría la definitiva revolución y el fin de una etapa de tres siglos.