De esta manera, Genovés se convierte en el primer artista español en exponer en San Pablo, donde han mostrado su obra creadores como Bill Viola, Anthony Gormley o Yoko Ono. El artista trabaja con la obra maestra neoclásica de sir Christopher Wren, excluyendo los habituales edificios barrocos que en trabajos anteriores le habían proporcionado una metáfora para la decadencia y la arrogancia.
Sin embargo, las líneas limpias y el orden armonioso de los arcos y las esferas que se repiten con rítmica musicalidad proporcionan el contrapunto perfecto a la cacofonía del caos de la naturaleza que crece y se eleva en interiores tan familiares. Se establecen contrastes formales entre la estructurada arquitectura vertical y los cuerpos amorfos horizontales de agua y niebla. Dos grandes fuerzas, el orden y el caos, atrapados en la superficie de la obra, destinados a la batalla por definición.
Esta instalación plantea de manera paradójica ideas perturbadoras, simbolizadas en la destrucción del propio edificio que las contiene. En palabras de Genovés, “el agua significa vida y muerte, renacimiento y cosecha, inundaciones y sequías, mientras va fluyendo con sus mareas a través de nuestro planeta”. El agua es, además, fundamental en los rituales de todas las religiones, como símbolo de esa vida, “es un tema más que apropiado para la catedral de San Pablo”.
Mundo incierto
La obra del artista refleja fuertemente la manera en que la actividad humana afecta al clima y al medio ambiente. Estas fuerzas causan un efecto dramático sobre la existencia y el movimiento humano en una espiral cada vez más preocupante. Su trabajo dramatiza este mundo incierto: la transición y el cambio en el tiempo son los grandes temas de sus collages fotográficos, a menudo hechos con imágenes históricas, que él llama «imágenes rescatadas”.
En Altar, los ángeles de mármol parecen tratar de ascender huyendo de las temerosas aguas para refugiarse en el domo abovedado de la catedral y evocan una desafortunada familia esperando a ser rescatada de las inundaciones. Mientras, un pináculo de madera tallada flota en el plano medio como una boya sin ataduras. En Cúpula, pequeños cúmulos blancos, como salidos de un cuadro de Tiepolo, se elevan buscando en vano escapar de la oscura sombra de una cercana mirada, que de manera ominosa hace eco al círculo de la famosa cúpula.
En Nave, las luces de la iglesia siguen ardiendo sobre el nivel del agua, a punto de ser engullidas, son la evidencia de un éxodo humano muy reciente. Toda esta destrucción de la cultura por parte de la naturaleza debería de ser aterradora. Sin embargo, la belleza del extraordinario monumento de Wren a la gloria de Dios y a la esperanza humana y las grandes masas de energía de las mareas hacen que las imágenes sean emocionantes.