Phantasmas es una gran instalación que abarca todo el antiguo depósito del baluarte del siglo XVII convertido en sala expositiva, y en el que Núñez integra un proyecto que sintetiza la evolución de su trabajo artístico alternando obras recientes y piezas inéditas.
En concreto, su videoinstalación consta de cuatro obras: El infierno son nosotros (2012), Ofelia (Carmen) (2015), Ofelia (Inés) (2015) y una creada específicamente para el proyecto, Phantasma (2017). Este trabajo sintoniza con la historia del antiguo aljibe, haciendo alusión a memorias ancestrales, apariciones de otras vidas, el bien y el mal y elementos primigenios: tierra, fuego, aire y agua.
Phantasmas es una nueva entrega de la serie Reproductibilitat del museo palmesano y la cuarta dedicada específicamente a la imagen en movimiento, tras las centradas en la colección del MACBA, Narcisa Hirsch y colección olorVISUAL.
Comisariado por Nekane Aramburu, este proyecto remite a cuestiones de la historia del arte, sobre todo de la pintura, y algunos recursos de la evolución de la imagen en movimiento.
Marina Núñez explica su proyecto
«El espacio ya de por sí literario del Aljub, subterráneo, antiguo y abovedado como un templo, comunicado al final con un túnel secreto con antiguas leyendas, es perfecto para una fantasmagoría de imágenes proyectadas.
Los seis espectros de Phantasma provocan más melancolía que miedo, ya que evocan la muerte. Cadáveres en el suelo cuyos rostros se van deshaciendo, erosionados por el viento, hasta convertirse en huecos-tumbas. De los que surgen finalmente otros aspectos del ser, una especie de estructuras esenciales, ya descarnadas, que sin embargo no escapan, y también se desvanecen como humo. No hay un comienzo alternativo, tan solo la desaparición.
Las ofelias también pertenecen a un mundo onírico: sus rostros, como los de los fantasmas, se desintegran en partículas, agujereándose, pero se recomponen al ritmo del agua en la que están sumergidas. Hasta que el sueño se hace carne, lo psíquico, orgánico, la locura o la muerte, reales.
Y junto al aire y el agua, el fuego. Los habitantes de El infierno son nosotros, con poses propias de endemoniados, intentan escapar de las llamas. Pero es un intento absurdo e inútil y su caída en el fuego es inevitable, porque cada uno de sus cuerpos es precisamente una de esas llamas, ellos mismos son el infierno, aunque quizá no lo sepan».