El fotógrafo especializado en patrimonio arqueológico comenzó con una Braulio López de madera, pero por sus manos han pasando múltiples equipos, desde las tradicionales Minolta o Nikon a las cámaras digitales de alta resolución más avanzadas, la fotogrametría o los escaneados tridimensionales, con los que puede llevar a cabo composiciones en tres dimensiones y mostrar detalles invisibles al ojo humano. Además del análisis y toma de imágenes multiespectrales, que se aplican en proyectos de investigación del arte rupestre, restauración, conservación preventiva o en el proyecto de excavación de Djehuty (Egipto).
La fotografía digital le ha permitido, como él mismo explica, «realizar procesos que antes con las películas no eran posibles, pero el digital también tiene sus limitaciones. Aunque la gente no lo crea es mucho más caro que el analógico. Conservo mis primeras cámaras y accesorios que podría coger ahora e irme a hacer fotos. Con mis equipos digitales no podría hacer eso».
Con estas cámaras ha podido llevar a cabo, desde sus inicios en la Subdirección General de Arqueología del Ministerio de Cultura hasta el presente, una valiosa labor de documentación arqueológica no sólo en trabajos de campo, sino también con los fondos museísticos en tareas de inventario y para ilustrar catálogos de exposiciones, ya que el último objetivo de su trabajo es la divulgación del conocimiento de nuestro patrimonio.
Por su objetivo han pasado los fósiles de los primeros homínidos que se encontraron en Atapuerca (Burgos), paisajes mineros, tumbas y numerosas cuevas con arte rupestre, como la de Altamira, que ha retratado con equipos que permiten estudiar sus pinturas con altas resoluciones, «y hasta observar las bacterias que hay en el Techo de los Polícromos de la cueva cántabra», destaca. Esto se puede ver en la exposición a través de una tableta en la que se muestra una imagen compuesta a partir de mil imágenes realizadas con una cámara Hasselblad.
Comisariada por Enrique Baquedano y Agustín de la Casa, la muestra plantea una reflexión sobre el papel que ocupa la fotografía arqueológica y su desarrollo en España como uno de los medios más eficaces de documentación de los últimos cuarenta años. Además se configura como un homenaje a toda una generación de investigadores que han venido realizando una intensa labor de recuperación del patrimonio. Entre ellos se destaca a Miguel Ángel Otero, al que Latova considera su maestro y amigo, fallecido recientemente.