Si las cinematografías dominantes en el mercado audiovisual cuentan con respaldo financiero y publicitario, también encuentran sus problemas estructurales. Uno de ellos es su escasa asunción de libertad creativa para abordar no solo temas personales, sino conflictos sociales, males endémicos que nuestras comunidades no son capaces de resolver y que, inevitablemente, son finalmente ventilados y denunciados desde producciones independientes, valientes y arriesgadas, generadas tanto en el extrarradio como en el corazón de nuestras democracias.

En este ciclo de estrenos documentales se incluyen dos ejemplos centrados en el antiguo y soterrado estigma de la explotación de la mujer y de los indefensos. El primer largometraje es la producción hispanoegipcia Azúcar, aparte (Skar barra, 2015), que aborda los matrimonios de conveniencia que se producen en Oriente Próximo y que ocultan en realidad una forma de alambicada prostitución. Su realizador rodó casi de forma clandestina en los barrios de Giza, en dos meses, esta obra de denuncia cuya exhibición ya ha sido prohibida, por razones incluso políticas, en varios de los países aludidos.

El segundo documental, Arenas de silencio (Sands of silence, 2016), es la última obra de la periodista y cineasta Chelo Álvarez-Stehle, autora afincada en Los Ángeles que parte del País Vasco para narrar formas de explotación sexual de la mano de una de las líderes de la lucha contra esta lacra entre la comunidad latina en California. Un trabajo que acredita la madurez y efectividad de la labor que durante casi dos decenios ha realizado esta directora en diferentes países del mundo, para rubricarlo con esta película de intenciones y resultados tan logrados como estremecedores.