El que fuera Premio Nacional de Literatura Dramática 2011 introduce al espectador en una historia capaz de contagiar la esperanza y el amor por la vida de unos personajes que, pese a hallarse al borde del precipicio, intentarán cambiar las cosas, reinventarse y renovarse con la energía redentora de las lluvias.
La obra se sitúa en un pueblo frente al mar otoñal. Todos los relojes parecen haberse detenido hasta el próximo verano, mientras sus habitantes matan el tiempo como pueden. Tras diez años de ausencia, Nina irrumpe en esta aparente placidez. Todos recuerdan por qué se marchó, pero nadie sabe por qué ha regresado ni para qué. Como entonces, planea alejarse sin despedirse de nadie, hasta que Esteban, el dueño del hotel en el que está alojada, la reconoce y propicia a sus espaldas un reencuentro con Blas, un viejo amigo de su infancia.
Para José Ramón Fernández uno de los motivos que lo empujaron a escribir esta obra fueron “las conversaciones con los alumnos que por entonces, hacia 2001, tenía en la RESAD –alumnos entre los que se contaban los protagonistas actuales del nuevo montaje, Muriel Sánchez y José Bustos–, el comentario de alguno de ellos acerca de que se sentían cercanos a Chejov porque ellos, como los personajes del autor de La gaviota, vivían con la sensación de estar en stand by, como varados, como esperando algo que tenía que suceder.
Al acabar el curso «dos alumnos me pidieron que les recomendase obras para un chico y una chica. No recuerdo más que una pieza, entre las que le sugerí, Trío en mi bemol, de Rohmer, porque recuerdo que me comentaron que los dos tocaban el piano. Y recuerdo que pensé que me hubiera gustado tener una obra que pudieran hacer aquellos chicos». Así comenzó a escribir una historia sobre dos jóvenes, «ahora, esos dos chicos son dos actores con una excelente trayectoria. Muriel ha reunido un equipo extraordinario para hacer una obra que, sin saberlo, ayudó a escribir hace ya más de quince años”, concluye el autor.