“Era la una de la mañana y yo estaba esperando a una amiga en el Café. El lugar estaba lleno de gente y no estaba sonando buena música. Un hombre se acercó a mí y me preguntó por mi cámara, que estaba sobre la mesa. Era una Nikon F y yo le dije que era buena. Él dijo ‘Yo tengo una mejor’. Levantamos nuestras cervezas y brindamos por ellas. Entonces nos pusimos a bailar con algunas damas. De repente, me di cuenta de que un grupo de personas habían cogido mi cámara y estaban sacándose fotos unos a otros. Me acerqué y les dije: ‘Por favor, sacadme una a mí porque es mi cámara’. ‘Vale’, dijeron, y me la devolvieron. Así que me saqué algunas fotos –y así fue como empecé a fotografiar en el Cafe Lehmitz”, explica Petersen.
Con 18 años, Anders Petersen (Estocolmo, 1944) viajó a Alemania y casi por casualidad descubrió este café del barrio rojo de Hamburgo, quedando atrapado por el ambiente del lugar y las historias de sus habitantes. “En el cielo no hay cerveza, por eso la tomamos aquí”, con este cartel recibía a sus clientes el Café Lehmitz. Punto de encuentro y reunión de la ciudad alemana, prostitutas, travestis, proxenetas, delincuentes e indigentes se congregaban en este espacio en el que la barra nunca cerraba y en el que estaba permitido permanecer aunque no se pidiera ninguna consumición.
El calor y la camaradería
Petersen regresó a Hamburgo cinco años después y comenzó a fotografiar a estos personajes, iniciando su primer trabajo de autor, que con los años se convertiría en el más significativo y una obra clásica de su género. Entre 1968 y 1970 retrató con una gran humanidad y cercanía a los habituales del local, fotografías “hechas con el corazón”, describe el propio autor, que, solo al final, al revisar los negativos, pasaban por su capacidad de análisis. Un retrato alejado de la compasión o la repulsa, que recrea el calor y la camaradería que se respiraba en el café en aquellos años.
En sus imágenes, el fotógrafo quiso retratar la “dignidad humana” que sentía como algo tangible entre los clientes del café. Asimismo quiso mostrar las consecuencias de un sistema basado únicamente en el dinero, en el que las desigualdades crearon una clase de habitantes de segunda condenados al desahucio social. “Sabía que tenía que quedarme entre esas cuatro paredes y fotografiar a la gente. Sentí que el Lehmitz era un lugar único, un sitio de encuentro para débiles que se ofrecían mutuamente simpatía y comprensión, pero al mismo tiempo era el final del trayecto”, explica el autor.
En 1970, Petersen realizó su primera exposición individual en el propio Café con alrededor de 350 fotografías. La obra le procuró proyección internacional y definiría el estilo y trabajos posteriores de uno de los fotógrafos europeos más reconocidos por su forma personal, directa y sincera de acercarse a los sujetos y a las situaciones que retrata. En 1978 se publicó el libro del mismo nombre, hoy icono de la historia de la fotografía.
El Lehmitz ya no existe, pero ese mundo distinto, ese entorno considerado asocial, revela aquí y ahora de nuevo toda su cohesión y su dignidad. “Café Lehmitz es una obra generosa de humanidad compartida, un trabajo inolvidable, hasta provocar las lágrimas”, explica García-Alix. “La ópera prima de Anders Petersen, posee magia. Nos atrapa desde que traspasamos la puerta. Nos hipnotiza. La atmósfera es soberana. Anders se adueña del aire. Nos sumerge en vida. Mirada y latido de antropólogo, de naturalista. No juzga. Ni pone a su mirada pretenciosidad, ni artificio».