«Esta obra surge por mi afán de basurero. El formato DVD está dejando de utilizarse. La gente no sabe qué hacer con ellos y los tira. Así empecé un proyecto de rescate, de pensar cómo podía volver a activarlos, darles una nueva vida», explica Canogar. El resultado es una instalación de grandes proporciones en la que se reúnen 2.400 DVD de películas realizadas en todo el mundo, de Hollywood a Bollywood pasando por Nollywood (industria nigeriana), el cine de Hong Kong o el europeo. «La idea era reunir películas de todos los géneros y nacionalidades. He procurado que sea una obra muy políglota, que esté muy representado el cine internacional».
La selección se ha realizado sin un criterio previo. Paseando por mercadillos, rastros o en las colecciones personales de los amigos. «No he elegido las películas por calidad, sino sencillamente porque estaban a punto de desparecer, de convertirse en basura. Hay películas muy buenas y hay otras terribles». Colocadas en la pared principal del Museo, conforman una escultura en forma de nube, ya que «el conjunto evoca al cúmulo de información que se instala en la red».
La superficie brillante de los propios discos sirven para proyectar su contenido, convirtiéndose así en una gran pantalla. Al recibir las imágenes se crea un área de colores y formas en movimiento que se expanden por la sala en forma de reflejos. Toda una experiencia sensorial que se completa con una composición sonora, realizada por Alexander MacSween en colaboración con el artista, basada en fragmentos de las propias películas.
Sikka Ingentium homenajea a una época que ya pasó, pero también a la afición cinéfila, “porque quien no recuerda su pasado ha perdido la identidad y no sabe de dónde viene ni a dónde va”. El artista continúa así con su constante recuperación de la memoria, ya que como asegura, «hay que diferenciar entre nuestra memoria biológica y la memoria tecnológica. Y el problema es que empezamos a sustituir nuestra capacidad de recordar en detrimento de esas memorias o discos duros. Esa especie de sustitución está creando un problema de almacenaje, de archivo».
Canogar se ha convertido en arqueólogo y cineasta, ya que ha creado su propio guion, con una narrativa no lineal, que da como resultado una película de 30 minutos hecha con fragmentos de las películas grabadas en esos discos del pasado. Formalmente, la instalación se plantea como una superficie artificial y decorativa en la que los discos parecen lentejuelas, y remiten al brillo y glamour del cine clásico, un mundo de apariencias, brillos y reflejos.
La producción audiovisual, realizada junto con el ingeniero Diego Mellado, está compuesta por 7.500 capas que se proyectan en cinco videomappings sobre una superficie de 18 metros, que actúa de reflejo y se proyecta en la pared de enfrente. “Esta otra imagen representa, de una manera abstracta, nuestro cúmulo de recuerdos, convierte la obra en una experiencia sensorial y en una reflexión sobre el gusto del ser humano por aquello que produce deseos, desde la edad primitiva y el fuego de las cavernas hasta los destellos del cine”.
Las carátulas de los discos son también parte de la exposición y pueden verse en el corredor que precede el acceso a la sala, de modo que los visitantes pueden conocer las películas que componen la obra.