Además de un medio de expresión, los carteles fueron un instrumento de propaganda que marcaba las diferentes corrientes, usando una simbología fácilmente identificable. La consigna era emplear un lenguaje breve y combativo, tomando como punto de partida las imágenes y estética populares, además de influencias modernistas y de las vanguardias.
Las corrientes ideológicas encontraron en los carteles el vehículo idóneo para llegar a cualquier segmento de la población. A su vez mostraban dos vertientes diferenciadas: por un lado, aquellos que son un reflejo de un futuro esperanzador y, por otro, los que incitan a la revolución proletaria.
Acento personal
Los diferentes artistas enseñaban en sus trabajos temas como la guerra, la lucha contra la burguesía internacional, la propaganda antirreligiosa, la falta de recursos económicos o el analfabetismo del pueblo. Ciudades como Petrogrado, que en la época soviética pasará a llamarse Leningrado para volver a ser, en la actualidad, San Petersburgo, fueron la sede de parte de estos movimientos gracias en parte a la puesta en funcionamiento en los años 20 de la Agencia Telegráfica Rusa (ROSTA).
En la producción artística de los carteles revolucionarios toman parte algunos artistas destacados de la época, representantes de las vanguardias que acogen con entusiasmo la Revolución de Octubre como Kozlinski, Lébedev o Kochergin, que pusieron su acento personal sobre la base de las proclamas revolucionarias, creando composiciones innovadoras y vanguardistas que potenciaban el mensaje comunista.
Los artistas vieron en el cartelismo revolucionario un medio de expresión artística y experimentación creativa, creando algunas obras que forman ya parte de la historia y la cultura rusas. Estas aparecen en una exposición que invita a conocer la influencia de este medio de comunicación, fundamental en la Rusia soviética y que está ligado íntimamente a la cultura y el desarrollo de la historia de este país.