En Azul rasante, Rodríguez Silva continúa profundizando en la línea de investigación que le caracteriza: las pinturas realizadas sobre aluminio laminado. Los distintos formatos y espesores de los materiales asumen el protagonismo de la obra e invitan al espectador a disfrutar de su dimensión tridimensional. A partir del fragmento como elemento estructural, el artista desarrolla obras complejas que propician la interacción entre elementos modulares.
La rigurosa planitud y frialdad de la lámina metálica contrasta con las generosas capas de materia pictórica que dotan al soporte de una gran sensualidad matérica. El color es utilizado bajo un ambivalente criterio de ausencia-presencia: en unas obras está presente de forma unívoca, con saturaciones exaltadas y rotundas, asumiendo un papel más destacado. En otras, su ausencia se erige en portadora de significados, permitiendo a la forma hacerse más activa y visible.
El artista asume una postura esencialista frente a la práctica artística, en tanto su principal preocupación plástica se concentra en los aspectos materiales y concretos de la pintura. Mostrando el contraste entre el carácter inerte y deshumanizado del metal y la cualidad orgánica de la materia pictórica, su obra (desnuda de artificios, imperturbable y sintética) persigue la máxima intensidad visual con la mínima e imprescindible utilización de elementos plásticos.