“Vidas indignas de ser vividas”, “cáscaras vacías”, así se consideraba a las personas con discapacidad en la Alemania de 1939. En ese año, Hitler declaró la guerra y al mismo tiempo autorizó la eliminación de la población «poco productiva», malas hierbas que hacían del pueblo alemán fuera poco saludable y que suponían una carga de la que era preciso deshacerse porque costaban mucho dinero.
La ciencia puntera de la época les provee de discurso teórico: la eugenesia está de moda. Quien no es capaz de alimentarse, de procurar su sustento, debe morir. Es una “ley natural”. Es así como surge la Aktion T4. Estas muertes supusieron, además, el entrenamiento del personal y la puesta a punto de procedimientos que se usarían después en los campos de exterminio.
Las primeras víctimas fueron niños desamparados a causa de su pobreza o del abandono familiar. Entre 1939 y 1945, científicos, médicos, enfermeras, cuidadores… mataron a más de 200.000. «Apenas se ha hablado, o se ha hablado poco, de estas víctimas. Como si su sufrimiento y su muerte no contara o importase menos. Con ellas se experimentó, sus cadáveres se dibujaron en atlas de anatomía y sus cerebros formaron parte de ‘colecciones científicas’ de respetados institutos. Médicos responsables de su asesinato siguieron ejerciendo, enseñando y recibiendo honores y reconocimiento…», recuerdan Labarga y Ripoll.
La obra se sitúa en el Castillo de Hartheim, en Austria, uno de los seis lugares donde esta operación se llevó a cabo. Allí, seis personas, Hans, Lotte, Paul, Agnes, Heyde y Roland, nos hablan de su vida. Interpretados por Raúl Aguirre, David Blanco, Patty Bonet, Ángela Ibáñez, Paloma Orellana y Jesús Vidal, los seis se encuentran en una sala parecida a un baño. Antes de que se realice la desinfección recuerdan, hablan, cantan y bailan. Dicen quienes son y por qué están ahí.
El público se va a encontrar una historia contada desde el cabaré porque, según explica Magda Labarga, «el cabaré nos permite trabajar con mucha libertad, tiene que ver con la época y tiene que ver con la sociedad germánica». A lo que añade Ripoll, «la estructura del cabaré es un poco puzzle, y así nos planteamos el espectáculo: como un rompecabezas en el que cada cual acceda al relato de una manera diferente», ya sea una persona ciega, sorda o con discapacidad psíquica.