Minuciosamente estudiados y restaurados entre 2005 y 2009 con la colaboración de la Universidad de Ginebra, los cuadros de esta muestra han ido revelando sus secretos, pero no siempre todos sus misterios. El arte de los siglos XVI y XVII sigue ofreciendo aún numerosas áreas de investigación, como el estudio material de los cuadros o la interpretación iconográfica y la historia del gusto, del mercado del arte y de los coleccionistas.
Pese a los conflictos, los Países Bajos del norte y del sur conocieron un desarrollo económico sin precedentes a lo largo de los siglos XVI y XVII, en parte gracias a los éxitos comerciales de los puertos de Amberes y Ámsterdam. Los pintores contaban con una burguesía adinerada aficionada al arte, heredera de la gran tradición de la pintura flamenca del siglo XV.
Este periodo puede ser considerado, desde un punto de vista artístico, un verdadero Siglo de Oro, durante el cual, animados por la demanda, los talleres se multiplicaron y la profesión de marchante se convirtió en un oficio atractivo. A todo ello se añadió el ingenio de los artistas, quienes concibieron temas hasta entonces inexistentes. La variedad fue otro factor del proceso, generando nuevas tradiciones pictóricas: paisajes serenos e impresionantes bosques, escenas de la vida cotidiana, tabernas, naturalezas muertas o complicados jarrones de flores. No faltaron, entre estos nuevos temas, los dobles sentidos ni los mensajes ocultos, la mayor parte de ellos moralizadores. En el norte, el tema barroco del desengaño también tenía sus adeptos.
Sin embargo, lo que ofrecían estos pintores era una forma inédita de enfrentar al público con su propia imagen, con su día a día efímero y con el lento paso del tiempo. El realismo del norte abrió perspectivas espirituales y pragmáticas, y contó con los pintores como incentivo para un mayor entretenimiento, pero también para más agudeza, tal y como sugería el pintor y teórico Karel van Mander en 1603.
Dividida en cinco ámbitos, la exposición propone una selección de obras de la pintura flamenca y holandesa de los siglos XVI y XVII, representativa de aquellas nuevas iconografías, respetando el orden canónico de la jerarquía entre géneros vigente en aquel periodo. Esta jerarquía, teorizada por el italiano Leon Battista Alberti en el siglo XV y plasmada de forma más académica en el XVII, permitió incluir la pintura –que solía ser considerada aún un simple oficio manual– en el círculo de las artes liberales.
De este modo, los pintores y los defensores de la pintura ponían de manifiesto el esfuerzo intelectual y el ingenio que requiere la composición de cualquier escena. Las ideas que surgen de la inventio, tan apreciadas en el arte de la retórica, pasaron a ser, junto con el dibujo preparatorio, la base argumentativa del debate. Aunque en la práctica solo tenía un impacto relativo, esta jerarquía influyó tanto en la organización de los talleres como en el mercado del arte.