Teresa Correa (Las Palmas de Gran Canaria, 1961) atesora una estética singular por su mirada contemporánea sobre acontecimientos del pasado y sus prácticas de investigación en torno a la arqueología. En sus obras emplea vestigios humanos, a los que da entidad artística y convierte en piezas con narrativas que cuestionan los preceptos de la ciencia.
Hablando de pájaros y flores es una propuesta en torno a la fotografía, la arqueología y la antropología. Una exposición en la que la fotografía analógica y digital cobran protagonismo. Y el espacio para acoger este proyecto no podía ser otro que la Sala San Antonio Abad del CAAM.
Este inmueble, situado en pleno casco histórico de Las Palmas de Gran Canaria, fue propiedad de la bisabuela de la artista, Catalina Gómez Suárez, que lo adquirió en noviembre de 1907. Con los años, la vivienda pasó a manos de sus padres hasta que el Cabildo de Gran Canaria la adquiere en 1984. Quince años después, San Antonio Abad abre sus puertas como sala expositiva, en mayo de 1999, lo que supuso para el CAAM su ampliación como proyecto museístico en el barrio histórico de Vegueta. La bisnieta de Catalina Gómez regresa, pues, a este edificio en su condición de artista visual, 110 años después de que su bisabuela lo adquiera a comienzos del siglo pasado.
Identidad, tiempo, memoria
Pasado y presente se dan la mano en este proyecto sobre la arqueología de la imagen que aborda conceptos de identidad, tiempo, memoria y conocimiento. “Si tanto la antropología como la arqueología son los ejes principales que sustentan sus procesos de investigación, será en esta propuesta expositiva donde sus hallazgos se ubiquen por primera vez arropados en el entorno familiar”, explica la comisaria.
El título de la muestra hace alusión a la memoria privada de la artista. En su infancia, ante determinadas conversaciones de ‘mayores’ en las que se pretendía ocultar algo, se invitaba a las personas que dialogaban a cambiar de tema y a charlar sobre pájaros y flores. “Traer al presente la expresión hablando de pájaros y flores es volver a mi niñez. Era la expresión que utilizaban las mujeres de mi casa para cambiar de tema de conversación y así mantenerme al margen. Este ocultamiento, lejos de desalentar mi curiosidad la fomentaba, convirtiéndose en uno de los ejes sobre el que orbita mi trabajo artístico”, remarca la autora.
La antropología y la arqueología representan los ejes del trabajo de Correa. Y las diferentes técnicas que se han empleado a lo largo de la historia de la fotografía –desde el siglo XIX hasta la actualidad– están presentes en la exposición, que reúne desde las imágenes analógicas captadas con haluros de plata hasta piezas multimedia del contexto digital actual.
La artista presenta en esta exposición obras en vitrina, cajas de luz, en fotografías o en instalaciones, como Umbral, 2017, un túmulo creado con huesos humanos históricos que nos remite metafóricamente al pozo que existió en el edificio. Esta pieza, situada en la planta baja de la sala, dialoga con una obra clave de la producción de Correa, Madre, 2003, que reproduce en fotografía un cráneo humano de unos dos mil años de antigüedad, idéntico morfológicamente al de la artista. Es el cráneo 1.383 del archivo de la Colección del Museo Canario, que marca el ritmo de su trabajo. “Creo que esta exposición tiene esa poética de servir como pantalla donde nos reflejamos. Las obras son imágenes en las que nos proyectamos todos, nuestra identidad y nuestra memoria”.
Donde reflejarnos
Correa selecciona objetos, colecciones, materiales o evidencias arqueológicas en almacenes y museos, donde están desposeídos de cualquier ideología, para sustraerlos del espacio donde se sitúan y también de su idiosincrasia local para recontextualizarlos en un espacio más amplio, heterogéneo y polisémico, que es el que le permite la práctica artística. No mira las obras como restos arqueológicos sino que va más allá, trasciende y cuestiona. “No me interesan las respuestas, me interesa el hecho cuestionar”.
Una de las obras de la exposición se exhibe en el Museo Canario, La caja de luz, 2017, una pieza creada con radiografías del cuerpo de la artista y del cráneo que Correa denomina Madre, procedente de la colección de cráneos aborígenes de esta institución cultural de la capital grancanaria. “Después de comprender el carácter fragmentario de la memoria y que los saltos en el tiempo también son imágenes susceptibles de crear otras imágenes, cráneo y cuerpo conjuntamente fueron sometidos al escrutinio del ojo de la ciencia con el propósito de trascender los límites establecidos e ir más allá creando un nuevo espacio para la corporeidad tan frágil y fragmentario como la memoria”, explica la artista.
Este proyecto expositivo lo recupera Correa con el mismo ánimo que tenía su bisabuela Catalina, que “era una gran anfitriona”. “Cuando la gente venga a visitar mi casa quiero recibirles con el mismo espíritu abierto y cordial de mi bisabuela, y que la gente note que al pasar el umbral el tiempo se detiene. Mi intención es que el público viva la experiencia de sentir el tiempo”.