Con un talento innato y los cambios sociales que se produjeron en los inicios del siglo XX, la fama de Marcelino fue aumentando exponencialmente; primero serían los circos más importantes de España, donde adquirió una importante formación, poco después saltó a las grandes compañías europeas del momento: Lockhart en Francia, Carré en Holanda y Hengler en Gran Bretaña. Tras su triunfo absoluto en Londres, donde haría debutar al entonces joven y desconocido Charles Chaplin, dio su salto al otro lado del Atlántico.
Nueva York representaría su zénit y su caída. Durante siete años de forma ininterrumpida, Marceline se encumbraría como una estrella mundial y atraería a público de innumerables países. La llegada del cine y su inadaptación a este formato supuso el principal motivo de su declive. Como a toda una generación de artistas de circo y vodevil que no llegaron a subirse a la ola de los nuevos tiempos, su estrella se fue apagando. Su carrera en el cine no despegó y el público dejó de reírse de las gracias del torpe Marcelino, siempre afanado en escena en ayudar a todo el mundo sin dejar trabajar a nadie.
Tuvo una muerte trágica. Se suicidó sólo y arruinado el 5 de noviembre de 1927 en una habitación de un céntrico hotel del Nueva York que una vez se rindió a sus pies. Pese a que este suceso fue portada de periódicos como The New York Times o The Washington Post, el paso del tiempo jugó en su contra y pese a las leyendas que giraban en torno a su vida, su nombre se perdió en el olvido.
Zénit y caída
El escritor estadounidense E.B. White escribió en 1948 la que se ha convertido en una de las mejores crónicas sobre la ciudad: Here is New York. En ella nombra a Marcelino junto a Hemingway, Rodolfo Valentino, Joe Gould, Walt Whitman y otros personajes que habían conformado el entorno excepcional del Nueva York de comienzos del siglo XX.
Charlie Chaplin coincidió con Marcelino actuando en Londres, escribió de él como una de sus primeras referencias profesionales y fue testigo de su declive personal. Cuando a Buster Keaton le preguntaron por los artistas a los que admiraba respondió: «Marceline fue el mejor payaso que vi nunca», y Cary Grant recordaba con cariño que actuaron juntos en el Hippodrome de Nueva York cuando éste tenía sólo catorce años.
A pesar del reconocimiento que tuvo en parte de su vida y que muchos de los que le conocieron no le olvidaron, poco a poco su huella se fue desvaneciendo. No perduró ninguna de las dos películas que hizo e irreversiblemente fueron muriendo aquellos que rieron con él. El ingrato destino de Marcelino y de tantos compañeros de profesión fue ser barrido por la novedad, por el cambio imparable de la historia y caer en el olvido. Esta exposición es también un pequeño homenaje para todos ellos.
300 piezas
La muestra incluye un buen número de materiales originales, así como reproducciones digitales. En total son cerca de 300 piezas entre documentos, fotografías, carteles, programas, postales, revistas, libros, objetos y prensa. Provienen de instituciones públicas y privadas, así como de colecciones particulares, incluyendo la de los propios comisarios, Víctor Casanova Abós y Jesús Bosque.
Diez audiovisuales enmarcan su vida en el contexto histórico y presentan algunos de los escenarios en su situación actual. Cabe destacar la posibilidad de ver los únicos cinco segundos de película que se conservan de Marcelino y que por primera vez se podrán ver en España. Tres puntos musicales traen el sabor de las viejas melodías que acompañaron a esta historia.
Una representación
Marcelino era hombre de teatro y su exposición se plantea como una representación que transcurre en los diferentes espacios de la sala:
Pasen y vean, invitando a entrar con la promesa de un gran espectáculo.
Bienvenidos, con el saludo de Marcelino en movimiento. Esta película, que permanece en los almacenes de la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos, nunca antes ha sido proyectada en España.
Se abre el telón. Nace Marcelino y muy pronto, con el circo, se lanza a recorrer España e Europa hasta terminar alcanzando gran fama en Londres. Casi desde el inicio construye un personaje que acaba confundiéndose con la persona.
El gran espectáculo. Nueva York, capital del mundo, construye el mejor teatro para el mayor espectáculo. Buscando la excelencia llaman a Marcelino para ser la estrella.
Luces y sombras. Los tiempos cambian y los gustos del público también. Los reveses personales no ayudan, pero aún así el personaje busca nuevos caminos.
La última función. Frente a frente, la persona y el personaje se enfrentan a un trágico final. Aún así, un legado y un homenaje queda en aquellos que trabajaron con Marcelino y los que disfrutaron con su arte.