En la antigüedad, la piedra no se consideraba un material inerte y desprovisto de significado, sino como el elemento más estable de la naturaleza. Se prefería el mármol debido a su policromía: «Los mármoles hacen eterna a la escultura», dijo Galileo. Sin embargo se recurría con más frecuencia a la pizarra porque se trataba de un material más asequible.
Durante el Renacimiento, en el siglo XVI, se produjo un resurgimiento de la pintura sobre piedra, si bien como explica la comisaria de la exposición, Ana González Mozo: «Ya era importante en Venecia desde el siglo XIII, donde había fachadas policromadas y mármoles antiguos. Además de por su reproducción veraz, deudora de los griegos».
Sebastiano del Piombo fue el primero que tuvo éxito con la técnica, como se puede ver en Cristo con la cruz a cuestas y Piedad. A la pizarra solía aplicarse calor para conseguir una mayor absorción de los pigmentos y resinas provenientes de Oriente.
Resplandor difuso
La característica esencial de este material era el resplandor difuso que generaba al trabajarlo, lo que se puede observar en la magna obra de la exposición: el Ecce Homo de Tiziano. La pintura regalada a Carlos V «representa a Cristo convertido en un atleta a través de una visión serena del mismo», en palabras de la comisaria. Otra de las obras de Tiziano es La Dolorosa con las manos abiertas, esta pintada sobre mármol. En su reverso, Tiziano aplicó colores de estilo pompeyano.
También pueden verse el Retrato de Caballero de Daniele da Volterra, trilobites de hace 300 millones de años o un ejemplar de lapis specularis (yeso selenítico). Tres de las obras del Prado seleccionadas para esta exposición (dos de Tiziano y otra del taller de los Bassano) han sido sometidas a una profunda restauración en la que participa la Fundación Iberdrola España.
Esta exposición de carácter excepcional, tanto por la singularidad de la materia utilizada como por su fragilidad, cualidad que hace que algunas de estas obras sean poco conocidas, ha sido concebida como un proyecto interdisciplinar que aúna historia del arte, ciencia, naturaleza, geología y arqueología especializada en minería romana.
«Hemos tratado de mostrar los procesos de pensamiento y reflexión de los artistas. A su vez pongo en cuestión las palabras que Tiziano dejó escritas: natura potentior ars. ¿Es realmente el arte más potente que la naturaleza?», concluye González Mozo.
Siglo XVI, Venecia
En el siglo XVI, Venecia protagonizó una renovación en las técnicas y los materiales artísticos alentada por la recuperación del mundo clásico, la llegada de materiales de Oriente y la edición en sus imprentas de textos grecorromanos que describían el arte de pasado.
La estabilidad de la piedra estimuló a los artistas, que deseaban crear obras eternas, a utilizarla como soporte de la pintura. También les permitía demostrar su maestría –el procedimiento se consideraba secreto– y reproducir sugerentes efectos, controlando la reflexión de la luz sobre su superficie.
Finalmente se convirtió en argumento de dos encendidos debates: la mimesis –la relación entre arte y naturaleza– y el paragone –la competición entre pintura y escultura.
El Museo del Prado conserva una escogida colección de obras del Renacimiento italiano sobre pizarra y mármol blanco creadas en este contexto, que han sido estudiadas junto a geólogos y arqueólogos para conocer cómo interactúan estos minerales y el óleo en tan peculiares creaciones.